El bréxit viene deparando a este lector horas de impagable placer. Si hace unas semanas fue con La cucaracha, la última novela del gran Ian McEwan, en esta circunstancia es Un fracaso heroico, de Fintan O’Toole (libro del año 2019 para The Times): un ensayo hipnótico de antropología cultural en el que se indaga sobre las fuentes argumentales del conservadurismo inglés para dar sentido a la salida de la unioneuropea. Los estratos profundos de la ideología nacionalista inglesa ofrecen un universo poblado de ocurrencias fascinantes y grotescas, como la fauna abisal de una sima oceánica.

O’Toole subtitula su libro con el expresivo El bréxit y la política del dolor y en su análisis la argumentación de los leavers consiste en la retorsión de un sentimiento masoquista,  en la que el sometido pueblo inglés encuentra fuerzas para liberarse de la dominadora Europa continental, a menudo identificada con el proyecto europeo de Hitler, por aquello de que la potencia continental dominante es Alemania. En este marco imaginario desfila la historia imperial, jalonada de batallas, desde Balaclava a Dunkerque, no importa que terminaran en  derrotas o en victorias porque todas están barnizadas por el mismo heroísmo resistencial que informa al bréxit. Por supuesto, la sucesión de saltos mortales en la lógica histórica, que convierten un hecho real en una leyenda y a esta a su vez en una prescripción para adoptar una decisión política en circunstancias completamente distintas, está plagada de mentiras y falsos argumentos, pero eso no importa a los promotores del bréxit, gente cultivada y elocuente, y también desenfadada y cínica, cuyo paradigma último es Boris Johnson.

El victimismo es un ingrediente esencial de los nacionalismos. La melancolía por una pérdida inventada parecía, sin embargo, característica de lo que se ha llamado naciones sin estado, pero el bréxit nos demuestra que también afecta, y de qué modo, a países que tienen un estado robusto e influyente fuera de sus fronteras. De hecho, otra característica no menor de los nacionalismos es la necesidad de ser reconocidos por terceros. Reconocidos, no solo como entidad política objetiva, sino en sus sentimientos y emociones. En el cénit del delirio, los nacionalistas ingleses no han tenido escrúpulos en identificarse con los pueblos a los que oprimieron en el pasado –por ejemplo, los irlandeses a los que dejaron inermes durante la gran hambruna o los indios a los que destruyeron su industria textil- para apropiarse de sus virtudes de resistencia y su moral de victoria.

La lectura de Un fracaso heroico ha coincidido en el tiempo con la primera intervención en el parlamento europeo de la dirigente independentista catalana Clara Ponsatí, que a modo de presentación de su causa ha afirmado que la expulsión de los judíos hispanos por los Reyes Católicos inspiró a Hitler (otra vez el comodín de todas las historias) para llevar a cabo el Holocausto. Es la clase de afirmación delirante que deja sin aire a los posibles contradictores porque rebatirla supone un esfuerzo ímprobo de argumentaciones documentadas que por último no apagan el retumbante eco de la trola. Doña Ponsatí tiene una acreditada carrera académica y pertenece, como Boris Johnson, a una clase cultivada, cosmopolita y bienestante a la que no le importa exhibir sus sentimientos y hacerse ver a sí misma desde la privilegiada tribuna del parlamento europeo como una víctima postrera de Auschwitz, que, como todo el mundo sabe, aún está vigente en España. Clara Ponsatí, la anafrank catalana.