Entre las innumerables frases hechas, fragmentos esclerotizados del lenguaje con que intentamos explicar el mundo, uno de los más chirriantes es el que dice, la justicia es igual para todos, porque no solo no define un hecho sino que ni siquiera expresa un anhelo.  Ninguna institución humana como la justicia está tan mediatizada por una cadena de subjetividades que la hacen azarosa, arbitraria y sobre todo desigual. Empieza por la subjetividad del legislador, que fija tal norma y no tal otra; el juez, que la aplica o no; el reo, que la recibe con más o menos suerte; el público, que entiende a su modo si hay o no delito y si la sentencia lo repara o no. El código penal se convierte en un barómetro del contradictorio estado de ánimo de la sociedad y de las fuerzas dominantes que operan en su seno.

La justicia es igual para todos, es la fórmula con la que estos días ha resumido la fiscalía su disconformidad con el nuevo régimen penitenciario adoptado para uno de los dirigentes  del prusés, autorizado a salir de la cárcel para hacer tareas de voluntariado, cuidar de algún familiar o cualquiera que haya sido el pretexto utilizado para aplicar el artículo correspondiente que permite la salida de la cárcel. La argumentación del fiscal afirma que el reo no se ha reeducado, no reconoce que haya cometido ningún delito y, ojo, hay riesgo de recaída en otros episodios delictivos. Al parecer, no exactamente riesgo de reincidencia sino de episodios delictivos. Hablamos, pues, de un delincuente genérico, alguien cuya sola presencia en la calle es un peligro, ya sea porque puede saltarse un stop en carretera, puede atracar una farmacia o puede intentar, otra vez, la independencia de Cataluña. El presidiario puede ensayar alguno de los dos primeros delitos mencionados si quiere ampliar su ficha policial pero de lo que no hay duda es que no intentará de nuevo la independencia, lo que no quiere decir que haya dejado de ser independentista y ahora mismo incluso por razones personales.

El prusés y sus consecuencias han constituido un colosal desbarre de todo el país: una hipoteca de la que no sabemos cómo librarnos. Los fiscales actúan en su función de cobrador del frac pero su celo profesional no ayuda a recuperar el equilibrio. Todo lo que rodea a este episodio histórico parece contaminado de irrealidad. Que un puñadito de dirigentes regionales sin más armas que una sentimentalidad desbordada podrían quebrar uno de los estados más antiguos del planeta y que este estado no supiera dar respuesta política al desafío gestual parece un sueño y es sabido que cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Los fiscales siguen empuñando el pulverizador del insecticida.