La que habría de ser sucesora de frau Merkel al mando del gran partido de la derecha alemana ha dimitido. La dama, a la que sus convecinos se refieren con el apelativo Akaká porque el nombre completo, Annegret Kramp-Karrenbauer, les debe parecer tremebundo incluso a ellos, ha renunciado también a postularse para futura canciller; en resumen, para los estándares celtibéricos, ha tirado la carrera política a la papelera. El motivo de la dimisión ha sido el malhadado apoyo dado por la cedeú del land de Turingia al gobierno regional que también apoyaba la formación nacional-populista, o neonazi si se prefiere, aefedé. Akaká había ordenado a sus correligionarios de Turingia que no firmaran ese acuerdo de gobierno pero no le hicieron caso y tuvo que ser frau Merkel la que de manera agónica revertiera el desaguisado.

Hasta aquí los hechos trazan un relato ejemplar: principios políticos inamovibles, líderes que ponen en juego su autoridad y dimiten si la pierden, errores purgados, manos firmes que empuñan el cetro, parece una leyenda de la Tabla Redonda. Las elecciones en Turingia hacen temblar a Berlín, dice un titular de trémolos épicos. Desafortunadamente, si algo sabemos de este tiempo es que no vivimos en Camelot. La crisis política que se avecina en Europa, igual que la crisis económica que la ha precedido y de la que es consecuencia, desbarata a los países meridionales, España entre ellos, pero termina alcanzando a las potencias del septentrión. Lo de Turingia es un síntoma. Si los democristianos de este land oriental consideraron que debían unir sus fuerzas a los neonazis para formar gobierno es porque entendían que de este modo estaban mejor garantizados sus intereses y los de las clases sociales a las que representan. La dimisión de Akaká deja en precario el legado político de frau Merkel y favorece las expectativas del ala derecha del partido, que cree que la canciller está escorada a la izquierda, así que en cuanto deje el mando habrá barra libre para pactar con los ultraderechistas de aefedé. ¿Les suena?

Frau Merkel representa un engaño que se desvanece, consistente en predicar que una economía de modos brutales y devastadores, fielmente defendida por su ministro Schäuble, es compatible con una democracia social e inclusiva. No por casualidad, la política migratoria fue el principio del fin de la canciller. El neoliberalismo ha transformado la economía y ha demolido los consensos sociales sobre los que se construyó la Europa de postguerra, con éxito. Estamos de vuelta a la casilla de salida y don Aznar se amuniciona para la próxima ofensiva: envía a sus peones a ocupar el puente de mando del pepé para espanto de los así llamados moderados del partido, los merkelianos, diríamos, que, como en Alemania, están en retirada.