Uno de los problemas de la democracia, si no el más grave, es qué hacer con los excedentes de cupo. Hombres y mujeres que pierden su sillón por decisión del soberano cuerpo electoral o a consecuencia de un navajeo entre correligionarios. Los partidos políticos movilizan a una colosal masa de recursos humanos, los más de los cuales aspiran a ganarse la vida en este empeño, y así es mientras el viento sopla de cola pero, ay, cuando muda la dirección de la veleta. Para este problema hay instituidas tres vías de salida. La primera, la más notoria, que el vulgo conoce como puertas giratorias, está diseñada para quienes han ocupado muy altos cargos cuyo desempeño lleva a una cerrada familiaridad con las necesidades y querencias de las grandes corporaciones. Para estos, cuando dejan el puesto, las mismas corporaciones les acogen en sus consejos de administración en la confianza de que les seguirán sirviendo con lealtad y eficacia.

La segunda vía de acomodo para los has been es estructural y sirve para un buena parte de la clase política, formada por funcionarios de carrera. En estos casos, el político evacuado de la poltrona vuelve a su puesto en la administración donde podrá esperar la jubilación sin dar un palo al agua y sin reproche alguno. La tercera puerta de escape, por último, es para  los más menesterosos y desvalidos, que ni son acogidos por las empresas ni tienen puesto en la función pública y han de acampar en los márgenes del partido, cabizbajos e inquietos, a la espera de que dé la vuelta la tortilla y los suyos tornen a la tierra prometida del gobierno. Hasta aquí, el esquema estándar, que remedia la mayor parte del problema, pero aún hay otra vía de salida, que no es de escape sino, curiosamente, de encumbramiento, destinada a unos pocos personajes de excepción, en la que el ex desahuciado se convierte en orador, en conferenciante, en vendedor de crecepelo para públicos muy selectos.

En este caso, el postulante debe ser famoso por su antiguo cargo, en el que se supone que lo más mollar es lo que permanece en secreto. La promesa o la creencia de que el ex político desvelará algún secretillo de su experiencia o destilará alguna sabiduría ignota ejerce una atractivo irresistible que da de comer, y muy bien, a los autores de memorias y frecuentadores de los circuitos de conferencias. Por supuesto, todo es un artilugio de feria, que gestionan empresas especializadas. ¿Qué puede revelar de provecho, digamos, míster Blair, un cuentista de campanillas, que nos metió en una guerra que ha incendiado oriente medio y preparó las condiciones para la traumática ruptura de Gran Bretaña? Y ¿qué van a enseñar al público sus sucesores y ejecutores del fracaso, don Cameron y doña May?

A este circuito se ha incorporado don Rivera, el fracasado por antonomasia, que, sin embargo, tiene un don para el oficio del que ha dado pruebas de sobra: es capaz de defender una idea y su contraria con idéntica verbosidad y sin que el público llegue a advertirlo hasta que, a fuer de seguir su zigzag argumental, note dolorosamente que se ha partido el cuello. En este tiempo de preeminencia de los emojis y de la nanorretórica, resulta que un puñado selecto de ex políticos se gana la vida como charlatanes de feria, lo que nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué hace que ciertos públicos opulentos les compren esa mercancía averiada a precio de oro?  Los ricachos que pagan para asistir a una conferencia de estos farsantes lo hacen para sentir el placer de saberlos de su propiedad. Los poderosos de antaño contrataban a un cuadro flamenco para sus fiestas privadas; ahora contratan a ex políticos para que les cuenten milongas y les doren la píldora. El conferenciante ya estuvo a su servicio cuando ejercía la política, pero entonces las convenciones democráticas impedían reconocerlo; ahora ya es suyo por completo. La mala noticia para don Rivera es que le costará ganarse al público porque terminó en la política a malas con los capitostes del ibex y nadie es más rencoroso que un rico que ve malograda su inversión. Claro que, si falla este modo de ganarse la vida, siempre puede presentarse a granhermano o la isladelosfamosos o a cualquier otro reality donde le recibirán con los brazos abiertos. Es un chico muy molón.