La resiliencia de don Sánchez, esa cualidad por la que le gusta ser reconocido, debió ponerse a prueba una vez más ayer cuando recibió de don Torra el obsequio de dos libros, que no fueron, como es uso, de los que se llaman institucionales, con mucha foto ornamental y poca sustancia, sino dos trataditos sobre  derechos humanos y libertad. El hecho de que sus autores sean un profesor norteamericano y un poeta catalán, y estén escritos en sus respectivas lenguas nativas, ya da idea de que don Torra no considera que se pueda aprender nada de provecho sobre estas materias que esté escrito en castellano. Hay en la ofrenda una insultante displicencia que debió resultar obvia para donante y receptor. En la apreciación de don Torra, su interlocutor no sabe nada de derechos humanos y libertad, y tiene pocas posibilidades de aprenderlo si se obceca en ser español.

Para los que nos hemos criado en tierra de carlistas y clérigos, la figura de don Torra nos es familiar, además de inquietante y aciaga: un tipo de aspecto apacible y bovino, que te espera en su despacho/confesionario a que acudas a reconciliarte, no con él, que es un mero vicario en la tierra, sino con la verdad suprema de la que te has alejado o a la que has traicionado. Te acoge con una sonrisa plácida y verba íntima, sentenciosa y un punto doliente, te recuerda los mandamientos que has incumplido (referéndum de autodeterminación y amnistía, digamos) y te entrega un librito para que medites cuando vuelvas a la tiniebla en la que vives. Don Torra es un fanático y no lo oculta. De hecho, cualquiera que sea el final de este desbarre catalán resultará demasiado terrenal e imperfecto para las aspiraciones de su espíritu. Don Torra vive en su saco placentario que le mantiene aislado de la realidad y del que recibe todos los nutrientes que necesita. No es imaginable siquiera que su talante sintonice con las clases medias y altas -hedonistas, bienestantes, pragmáticas- a las que su partido representa, como los terratenientes de antaño se dejaban representar en el campo de batalla por un cura trabucaire de sotana meada y casposa.

Los libros no son para ser obsequiados de mala fe. Para que este regalo dé fruto tiene que haber sintonía y concierto entre oferente y receptor. El libro es un objeto para el amor compartido. La ostentación de un talante desdeñoso en quien lo entrega, so pretexto didáctico, convierte el libro en la cola de un escorpión, y lo mismo puede decirse de otros materiales entregados con afán pedagógico. Que se lo pregunten a don Pablo Iglesias, que regaló al rey Felipe Juego de Tronos para que se ilustrara sobre no se sabe qué intríngulis del poder y sus laberintos, y el donante ha terminando aplaudiendo al monarca, desde luego no porque este haya aprendido nada de esos personajes embutidos en abrigos de piel que pueblan el regalo de don Iglesias. Las bobadas se pagan, querido Pablo.

Don Sánchez carece de la sentimentalidad de don Iglesias y del espesor romántico de don Torra, a quien también llevó un obsequio por escrito: el documento base de las futuras negociaciones. No llegó a entregárselo sino que lo dejó encima de mesa. Un funcionario del servicio de protocolo catalán lo advirtió y quiso devolverlo al presidente, y otro funcionario del servicio de protocolo español lo rechazó con una respuesta escueta: es para el president. Como se ve, las conversaciones no podían haber empezado de mejor manera.