Aún no ha empezado la legislatura ni los diputados más engallados han soltado las solapas de la americana de su vecino, que tenían agarradas en su disputa por el escaño con vistas al tiro de cámara de la tele, cuando las derechas soi disant constitucionalistas han puesto una denuncia ante el tribunal correspondiente por las creativas, a la vez que pueriles y tediosas, fórmulas de juramento o promesa utilizados por algunos diputados soi disant no constitucionalistas.  Lo probable es que el tecé desestime el recurso, aunque cualquiera sabe, pero entretanto seguimos pedorreando con el tubo de escape, que es lo mejor que sabernos hacer. La condición de diputado se obtiene por los votos del buen pueblo, y la certifica la junta electoral en un procedimiento reglado e indubitable. El juramento o promesa es un adorno de aroma religioso o militar perfectamente inútil pues para constatar que se ha constituido el parlamento bastaría que la presidenta pasara lista, como en el colegio, y de este modo las melonadas ornamentales que el diputado quisiera proferir para hacerse visible en su escaño no tocarían el sacrosanto texto que está a un pelín de convertirse en una hacha de sílex, tanto por su carácter mineralizado como por el uso que unos y otros querrían hacer de él.

La maculada constitución celebra hoy su cumpleaños en apretado empate con el día también festivo de la inmaculada concepción. La celebración, pues, fue en origen un asalto más del combate de boxeo entre el aspirante, estado laico y democrático, y la campeona, iglesia católica romana, que no solo no cedió su fiesta sino que consiguió que los diputados hubieran de jurar por dios que iban a ser buenos. La degradación de costumbres ha llevado a que haya diputados que prometen por snoopy y ahora los llevan ante el tribunal constitucional como antes te llevaban al cuartelillo de la guardia civil si un vecino te oía blasfemar en el frontón. No quiero ni pensar en el día que haya un diputado musulmán y jure el cargo con melodía de muecín.

El tecé es el taller de reparaciones de la constitución. No hay ni un solo político de estos cuarenta años que no haya pensado y a menudo formulado en voz alta el deseo imperioso de reformar la constitución aquí o allá, pero por ahora se limitan a tunearla. La única reforma real de la constitución vino mandatada de fuera y se hizo con nocturnidad; fue el cambio del artículo 135, que nos despojó de la condición de ciudadanos para convertirnos en deudores de los poderes financieros que gobiernan el mundo. Aquello fue como la historia de la aldea congoleña cuyos vecinos salen una mañana de la cabaña para ir a sus tareas y descubren que el cacique los ha vendido a una compañía negrera. Por lo demás, la constitución española del 78 es un jarrón milagroso, que tanto puede convertirse en la lámpara de Aladino como en la caja de Pandora. La chiquillería que está en los cuarenta y ha llegado ahora a la política juega con el jarrón, algunos incluso parece que lo vayan a estrellar contra el suelo, pero es una pamema porque el daño sería irreparable, y lo saben. Entretanto, se limitan a tunearla. El tecé está hasta la coronilla de curro.