¿Cuántos países democráticos conoce usted en que los gobiernos se sienten en el banquillo de los acusados apenas ha concluido su periodo de gobernación? Aquí tenemos un núremberg en cada telediario. Populares madrileños, soberanistas catalanes, socialistas andaluces y el mismísimo rey, que se ha librado del trance por el carácter inmune del cargo. El régimen del 78 al completo a la puerta de la cárcel. Los delitos juzgados y condenados son de dos tipos, según se cometan en el ámbito ordinario de la competencia del gobierno (prevaricación, cohecho, falsedad de documento público) o en el intento de superarlo (sedición, malversación, desobediencia). Diríase que el acceso al poder en España implica una tentación irresistible hacia el delito, o quizá que nuestra clase dirigente tiene una tendencia estructural al bandidaje, independiente de su color político. En este marco, ¿qué significa la acusación de antisistema, pródigamente utilizada por los partidos del régimen para cortar el paso a sus competidores? Las sentencias nos muestran, sin paliativo alguno, las corrientes de fondo que alimentan el sistema y que arrastran al vertedero los edificios institucionales laboriosamente erigidos durante décadas. La constitución está hecha unos zorros y no por la responsabilidad de los llamados antisistema.

Los jueces lo tienen más fácil: cotejan las pruebas con las figuras del código penal y aplican la sanción según su leal saber y entender, y ahí termina su misión.  Pero para los políticos la tarea es más dura porque trabajan, o eso dicen, para el futuro ¿Qué hacer ante la torrentera de sentencias judiciales que descabezan a generaciones de políticos y deslegitiman su legado? El cacareo de los políticos en activo tras cada sentencia da noticia del desconcierto y la mala fe reinantes. Esta mañana, el pesoe ha enmudecido  y la oposición de derechas se ha apresurado a pedir la dimisión de don Sánchez, Es una petición esperable; oportunista y bíblica a la vez, que los hijos paguen los pecados de sus padres, pero nos lleva al absurdo. Por el mismo motivo ¿por qué no habrían de dimitir don Casado y don Torra? En realidad, lo que hay que preguntarse es qué van a hacer los vástagos para no seguir los pasos de sus padres.

Estas sentencias contra políticos señalan dos problemas crónicos del país desde el último tercio del siglo diecinueve: la corrupción de la clase gobernante y la inadaptación de Cataluña en el esquema constitucional español. No ha habido ni un minuto desde la Restauración monárquica de Cánovas hasta ahora mismo en que uno de estos problemas, o los dos, no hayan estado en el candelero. Por último, han eclosionado para destruir el espejismo de la democracia de la que tan orgullosos nos sentimos. Ahora, la pregunta es: ¿podrá la nueva generación dirigente –los Sánchez, Iglesias, Casado, Arrimadas, Junqueras, etcétera- encarar estos dos problemas y de alguna manera darles una solución? La respuesta es pesimista: No.  Basta observar cómo chapotean en la anécdota.