Colas.  Filas de individuos en espera de algo, en pos de algo.  La imagen misma de la miseria, de la escasez, del fracaso. La fila india es la estampa de la carencia, de la necesidad no satisfecha. Cariacontecidos, expectantes, irritados. Nadie quiere estar en una fila ante el almacén de comestibles, ante el puesto fronterizo, ante el dispensario sanitario, ante el féretro… Al final de la cola, el vecino se encuentra con unas verduras resecas y un pan duro en la bolsa, con un salvoconducto provisional que caduca en unos días, una tirita en la herida o simplemente un difunto. Nuestra época esta surcada de largas colas que ilustran la derrota y el fraude de la promesa.  Hoy haremos cola ante la urna. Rehenes del sistema que, dícese, nos hace libres.

Repetimos elecciones, como si nos hubiéramos equivocado la vez anterior. Es un modo refinadísimo de negar la voluntad de la ciudadanía. Pero, si te has equivocado antes, ¿quién asegura que no te equivocarás ahora? Los más avisados ya sugieren la posibilidad de una nueva vuelta a las urnas, a la vista de los sondeos que anuncian los probables resultados de hoy. Podríamos votar otra vez mañana mismo, para aprovechar el tinglado y mantener el hábito. El hámster no para de dar vueltas a la rueda que nada mueve, así que hay ejemplos en la naturaleza.

El final de la alegría es un preanuncio de la muerte y hoy votamos como zombis. Votamos a un puñado de incompetentes y fracasados que quieren hacernos creer que la incompetencia y el fracaso son nuestros, y en efecto, en algún sentido lo son porque, si dejamos de votar, nos arrebatarán la democracia. Es la paradoja del hámster: si deja de impulsar la rueda que nada mueve, muere. Así que, aux urnes, citoyens. En fila india.