Con la iglesia hemos topado es un tópico del habla tan frecuente que ha merecido una entrada en la wikipedia. El dicho no se corresponde exactamente con la cita de El Quijote, al que se alude como fuente de autoridad, ni en sus términos literales ni en la connotación que le da Cervantes, más bien es la respuesta, cargada de resignación, al hecho incontrovertible de que los españoles tenemos siempre enfrente a un cura, un obispo o al mismísimo papa de Roma diciéndonos lo que tenemos que hacer. La iglesia católica es más que un muro, que al fin podría derribarse; es una envoltura que vampiriza a la sociedad civil y aniquila cualquier intento de reconstruirla. El último obstáculo con el que se topa estos días  el estado constitucional para hacer aquello que le ha mandatado el parlamento es un fray con cara de niño, ideología fascista y resolución de fanático, plantado como un santarsicio ante la tumba sagrada de la momia de Cuelgamuros, de la que se siente custodio y que el gobierno infiel, o algo peor, quiere profanar. En su respuesta, el gobierno no manda a la guardia civil para que le ponga las esposas y le detenga por resistencia a la autoridad, como hizo el otro día con el filósofo Jorge Riechman en una protesta ecologista, sino que revuelve Roma con Santiago, nunca mejor dicho, para que el fray deponga su actitud levantisca, por favor, que nos está poniendo en ridículo a todos.

La vicepresidenta doña Calvo, que en estos meses se ha recorrido todos los despachos episcopales desde el Vaticano para abajo y vuelta, ha asegurado que el expediente está ultimado, pero ya veremos. Aún queda el fray, que tal vez se inmole bajo las ruedas del transporte que ha de trasladar la momia a Mingorrubio, y sume así su gesta al rosario de hazañas –Numancia, los últimos de Filipinas, etcétera- que adornaban el libro de historia de nuestro bachillerato y son los hitos en que los héroes españoles se han opuesto a la marcha de la historia. Cerrilismo en estado químicamente puro. Fue un acierto estratégico de Franco, quizá el más importante y desde luego el más duradero, poner su persona y su ejecutoria bajo el palio episcopal y su memoria bajo una cruz intimidante. A la postre, el país ha quedado en manos de los curas y ha hecho falta que los tres poderes del estado –el parlamento, el gobierno y el tribunal supremo- concertaran con gran solemnidad y no poco esfuerzo sus actuaciones para vencer la resistencia de un fray que quiere ganarse el cielo del nacionalcatolicismo.

El admirado Enric Juliana ofrece en su columna de hoy un esclarecedor esbozo del peso que ha tenido la iglesia desde los albores de la transición y, en consecuencia, del papel retardatario que ha jugado en la remoción de los símbolos de la dictadura de los que la momia de Cuelgamuros es el último vestigio. Bien, si como afirma doña Calvo, todo está listo para pasar la página de esta historia, solo falta neutralizar al fray sin que sufra ni un rasguño porque, de lo contrario, doña Calvo podría encontrarse en el brete de tener que asistir dentro de unos meses al Vaticano de nuevo, esta vez con mantilla y peineta española, para asistir a la canonización del último mártir de la santa cruzada.