En la busca de sucesos de actualidad que nutren las obsesiones y ocurrencias de esta bitácora, el oteador ha topado esta mañana con una entrevista a un ex juez del tribunal supremo británico, publicada en el diario de referencia. Las opiniones de Jonathan Sumption, tal es el nombre del letrado, han sido un hallazgo feliz en un doble sentido, porque transmiten el rarísimo sentimiento de que leer la prensa no es siempre ni necesariamente una pérdida de tiempo, cuando no una fuente de irritación, y porque las opiniones del ex juez británico se ajustan como un guante a las certezas e incertidumbres del escribidor y le dispensan de dar las suyas propias. Debe ser cosa de la edad. Esto es lo que dice el ilustre jurista y académico:

Justicia y democracia: En principio, me opongo a que la justicia interfiera en el proceso político, porque acaba socavando la legitimidad democrática del proceso de toma de decisiones. En este caso, sin embargo, [la sentencia del tribunal supremo británico contra la decisión del primer ministro Boris Johnson de cerrar el parlamento] ha servido para reforzarla. Lo que el Supremo ha hecho es recolocar al Parlamento en el centro de la toma de decisiones. Era una sentencia radical, pero necesaria.

La democracia representativa: El objetivo no debe ser tomar decisiones, sino acomodar diferentes opiniones e intereses en esas decisiones. Una democracia directa es completamente incapaz de alcanzar ese objetivo, como hemos visto en este país.

El híper liderazgo: Hay una creciente pérdida de respeto hacia las instituciones representativas, a favor de lo que se podría definir como el «estilo Putin», el gobierno de un hombre fuerte. Creo que Putin es un fenómeno deplorable. La idea de que este sea el modo adecuado de resolver las cosas se ha convertido en un sentimiento muy poderoso, sobre todo entre los más jóvenes.

Liberales autoritarios: Nuestro primer ministro actual es, en lo profundo de su corazón, un liberal puro. En mi opinión, creo que hace lo que hace porque se ajusta a sus propias ambiciones políticas, aunque no se lo acabe de creer. Lo más llamativo es que, cuanto más despótico es su comportamiento, más popularidad le otorgan las encuestas.

El referéndum: Lo considero un modo ilegítimo de tomar determinadas decisiones. El del Brexit solo ha servido para envenenar nuestra vida política. Fue una farsa. Y no me refiero en concreto a la campaña, que en muchos sentidos fue una vergüenza, sino al hecho en sí de que existían muchas respuestas a la pregunta planteada, más allá del sí o del no. Preguntar a los ciudadanos por un principio general y pensar luego que los diputados lo podrán desarrollar es meterse con toda seguridad en problemas.

Las viejas élites: Los grandes partidos tenían la capacidad de reflejar los cambios y nuevas corrientes de la sociedad. No es la misma aristocracia del siglo XVIII. Tienen el poder porque han sido elegidos. Y lo que es más importante, el elector puede arrebatarles ese poder. Pero el hecho de que los asuntos públicos sean manejados por gente con experiencia, responsable ante sus electores, es una noción muy sana. El problema reside en que los dos principales partidos están controlados por un grupo reducido de extremistas. El Partido Conservador se ha convertido en un partido monomaníaco, xenófobo y antieuropeo. Y muchos de sus políticos han llegado a la conclusión de que esa es la única vía para prosperar.

Las nuevas políticas: Hasta los años ochenta, los dos grandes partidos elegían a sus líderes y decidían sus políticas a través de sus diputados; si los diputados perdían la conexión y la empatía con los electores, el partido entraba en declive y se evaporaba. Al poner ahora en manos de los afiliados las grandes decisiones, están permitiendo a determinadas minorías, a cambio de una cuota muy modesta, adquirir una porción de poder mucho mayor de aquella que le corresponde.

Los jóvenes: Existe la percepción de que si tienes una idea clara, que necesita de medidas radicales para llevarse a efecto, el sistema político se ve como una bola de plomo encadenada a tus pies. Pero es que todo proceso político necesita consenso. La alternativa es amargura y enfrentamiento.

Las redes sociales: Están usando las emociones para callar la discrepancia, para producir una conformidad moral en beneficio de una opinión dominante, pero no única.

Constituciones y secesión: La diferencia entre el modo en que el Reino Unido y España han afrontado el desafío separatista es quizá la constitución. El problema con las constituciones escritas [la de Reino Unido no lo es] es que se blindan frente al pasado, y hacen difícil crear nuevas convenciones políticas para problemas nuevos.