El periodista Philippe Lançon estaba el siete de enero de 2015 en la reunión de redacción de la revista satírica parisina Charlie Hebdo, cuando irrumpieron en el local dos individuos armados que dispararon contra los reunidos al grito de allahu akbar, alá es grande. La incursión de los terroristas islamistas dejó  doce víctimas mortales y once heridos. Lançon estaba entre los supervivientes. Una bala le había volado el maxilar inferior; tardó en advertirlo cuando abrió los ojos en medio de un charco de sangre y de amigos y compañeros inertes y desmembrados. El colgajo (Ed. Anagrama) es el destilado relato de esta devastadora experiencia y de sus consecuencias. El lector es convocado a asistir a una reconstrucción, no solo de la integridad física del herido sino del individuo en el mundo.

Una dolorosa y larga sucesión de intervenciones quirúrgicas y de tratamientos de fisioterapia y psicológicos opera como marco y lanzadera del relato, pero de lo que versa este es de un campo más vasto definitivamente dañado por el atentado. Los afectos personales, las convicciones morales y políticas, las experiencias sensoriales, la mecánica misma de la memoria y por último la fuerza interior que nos mantiene en pie han de ser restaurados. El escritor se aferra a su oficio y con una prosa densa, proustiana, que busca atrapar en su tejido la totalidad de la experiencia interior, arrastra al lector a las veredas de un universo titubeante, tentativo, definitivamente amenazado. En la penúltima página del libro, cuando el narrador ha reiniciado bien que mal su actividad social y pública, recibe la noticia del atentado del teatro Bataclan en el que fueron asesinadas ochenta personas al grito de allahu akbar.

La lectura del libro de Philippe Lançon ha coincidido en el tiempo con la histérica reacción registrada en ámbitos del independentismo catalán, a la que se ha sumado el aciago don Torra, por la detención de un grupo de sospechosos que presuntamente preparaba atentados. Los más viejos del lugar sabemos, porque lo hemos vivido en circunstancias inquietantemente parecidas, que en el hiperventilado entorno independentista, intoxicado por su propia sentimentalidad y frustrado por su impotencia, la aparición de gente dispuesta a abrirse paso con la gomadós es muy probable. Pero los individuos no aprenden y las sociedades no recuerdan. Barcelona sufrió un atentado, y hemos de suponer que hay ahora mismo varias docenas de personas que están reconstruyendo su existencia rescatada de milagro de la barbarie terrorista, como lo hace Lançon. Algo hemos aprendido con la edad: el terrorismo jamás alcanza sus fines políticos pero deja heridas que, en el tiempo de una vida humana y quizá de una generación, son imborrables y que, queramos o no, duelen todos los días.