El país ya está en modo elecciones; aún no se ha cumplido el plazo para la disolución de las cortes y todas las declaraciones, comentarios, análisis, cabildeos, juego sucio y cambios de chaqueta han de interpretarse en clave de lo que se quiere que ocurra el próximo diez de noviembre, el 18 Brumario del calendario republicano francés. La fecha en la que, hace doscientos veinte años, Napoleón Bonaparte perpetró un golpe de estado, acabó con el directorio revolucionario, asumió plenos poderes y dio el primer paso para convertirse en emperador de Francia. La fecha podría celebrarse, pues, como el día europeo de la restauración, la moderación y la estabilidad, más o menos el eslogan de campaña con que van a presentarse don Sánchez y don Casado. La fecha, por ende, encaja como un guante en el ánimo plebiscitario sobre sí  mismo que don Sánchez quiere imprimir a los comicios. El afán bonapartista de nuestro presidente de gobierno en funciones es quizá su rasgo más destacable como político (otra cosa es que carezca de talla para llevar su afán a la realidad) y, habida cuenta el significado que la fecha de las elecciones tiene en la tradición doctrinal de la izquierda, bien podría dar munición dialéctica  a sus competidores podemitas.

Pero, a la postre, las elecciones de noviembre no traerán estabilidad ni harán emperador al ganador, quienquiera que sea. Todos los países europeos están inmersos en un ciclo de inestabilidad e incertidumbre política y España ya se ha subido a ese tren cuyo viaje durará aún lo bastante para que la sociedad tenga que acostumbrarse al traqueteo. Cualquiera ha podido reparar que este verano de fingimientos y mala fe ha afectado a las cuadernas de la constitución misma. ¿Para qué se quiere un jefe de estado con un papel arbitral si no puede arbitrar en el guirigay de la formación del gobierno?, ¿para qué se necesitan los largos plazos que prevé la constitución para negociar un acuerdo de investidura si los líderes concernidos los aprovechan para irse de vacaciones?, ¿para qué sirven los partidos y los grupos parlamentarios si decisiones de graves consecuencias que afectan a toda la sociedad las toman cuatro capitostes narcisistas con el apoyo de una capillita de asesores y pelotilleros? Todas estas cuestiones y otras del mismo jaez que permanecen informuladas estarán implícitas en la decisión del voto; así que hay buena razones para la abstención. Esta, no obstante, no será tan alta como parece querer anunciar el actual estado de cabreo social y tampoco modificará sustancialmente la composición del parlamento actual. Al contrario, los abstencionistas declarados hoy, al menos en una buena parte, irán a las urnas para votar a su partido, para reafirmarse en su derecho y en sus convicciones, incluso contra toda esperanza. Como escribió Albert Camus, hay que imaginar a Sísifo dichoso.