Crónicas de agosto, 14

Encuentro callejero entre funcionarios jubilados. Uno al otro, a modo de saludo: ¿no te han llamado para alguna dirección general? El otro, con retranca: será porque no tienen gente suficiente. El primero, dispuesto a seguir la vara: no creas, no andan tan sobrados, algo te puede caer. Los viejos hablan así, a lo tonto.  El gobierno de las sillas, se burla la oposición del nuevo ejecutivo de la remota provincia subpirenaica. Trece departamentos, consejerías o como quieran llamarse, algunos con títulos compuestos muy barrocos y de difícil comprensión de sus competencias. Por ejemplo, un departamento se ocupa del paisaje; otro, de la cohesión territorial; un tercero, del desarrollo rural y el medio ambiente, y de cada departamento cuelga una ristra de direcciones generales, gabinetes, asesores, empresas públicas y organismos autónomos, lo que los reyezuelos de antaño llamaban su corte y los capitostes de hogaño llaman su equipo. Tanta gente para hacer ¿qué?, ¿plantar árboles?, ¿desbrozar el sotobosque?, ¿analizar la calidad del agua de los arroyos?, ¿vigilar el censo de la colonia de buitres que anida en las foces de montaña? La región tiene ecosistemas ricos y variados y vastos espacios despoblados, es sabido, pero, entre tanto cargo, ¿hay alguna idea nueva?

La gracieta del gobierno de las sillas no es muy ingeniosa ni caracteriza a ningún gobierno en particular porque todos lo son -que se lo pregunten a la ultraliberal doña Aguirre, que creaba mamandurrias para sus amigos como antes se ponían estancos a las viudas de militares- y la formación de un gobierno consiste precisamente en repartir las sillas disponibles y, si es necesario en aras de la entente, traer algunas más del desván para sentar a todos los invitados. Los desvanes de los palacios presidenciales están abarrotados de mobiliario en el que alguna vez acomodaron sus posaderas hombres y mujeres ilustres.

El trance de la formación del gobierno es uno de los más peliagudos para el liderazgo del partido porque debe velar por satisfacer las expectativas y ambiciones de la peña que le da soporte. Los partidos políticos españoles –cerrados, endogámicos, jerárquicos- funcionan mediante redes clientelares y los nódulos de la red -familiares, amigos y/o colegas- esperan verse recompensados al llegar a la meta, y esto atañe de manera más ostentosa a los fichajes de los llamados independientes, convocados para lucirse y dar lustre a la política y condenados por la dura realidad a ponerse en evidencia y hacer el bobo. Hay ejemplos egregios: don Quinto y sus tuits incendiarios o don Pizarro, el sedicente gurú económico del pepé devenido presidente del  club de fans de don Rato antes de que este terminara en la cárcel.

Pero la mayoría de los aspirantes a un cargo público exhiben un perfil bajo. Son gente anodina, leal y discreta, criada en el partido o en sus aledaños y que ahora, cuando la primera generación de españoles ha cursado masivamente estudios superiores, comparecen esmaltados con impresionantes currículos académicos, no todos de fiar y en todo caso excesivos para las tareas que se les encomiendan. Si la nuestra fuera la sociedad desarrollada y dinámica que esos currículos parecen indicar, sus titulares estarían ganándose bien la vida  en empresas, hospitales, laboratorios y universidades, y no en la cola del paro ante la ventanilla de enchufados de la política. Pero a menudo no hay alternativa: o eres director general de algo en el gobierno de turno o malvives como autónomo en algún chiringuito marginal que muchas veces depende de las contratas de la administración. La política es único ascensor social del país y los partidos son agencias de trabajo temporal bien remunerado y de bajo nivel de exigencia, en el que prima la lealtad personal sobre la competencia profesional (no hay más que ver al consejero de sanidad andaluz estos días). En este sentido, es curiosa la deriva de los partidos emergentes, que no solo no han alcanzado sus objetivos programáticos de reforma del sistema sino que se han visto obligados a adaptarse a la no tan dura realidad de que política son sillas. Ha aumentado la demanda y es lógico que aumenten las sillas; es la ley del mercado.