La meteorología tiene un peso determinante en los seres vivos. Somos lo que nos exige el clima y el asueto agosteño es en este país un imperativo moral, en el doble sentido de la palabra, como hábito y como norma. Cualquiera puede perpetrar una pifia en los últimos días de julio, por ejemplo, cortocircuitar el sistema que tiene en funcionamiento del tinglado y, en su desconcierto, oír a quienes han de repararlo: déjalo para después vacaciones. Hasta septiembre, el mes de los malos estudiantes. Don Sánchez ha ordenado a su gente que finjan que están al tajo, que no parezca que la pifia que acaba de provocar al alimón con los podemitas tiene un efecto paralizante. Es un truco frecuente en las administraciones públicas: siempre tiene que haber alguien en el despacho para contestar al teléfono porque lo contrario da mala imagen. La buena noticia es que al teléfono se puede contestar desde la hamaca extendida en la playa.

El jubilado recuerda bien la primera vez que experimentó ese poder. Estaba de guardia en el departamento de comunicación de un gobierno regional, no vale la pena dar más detalles, cuando le asaltó el aviso de un incidente típicamente veraniego, un incendio forestal, mientras estaba sentado en la taza del váter y, sin moverse del lugar para no interrumpir el febril flujo de comunicaciones que estaba encargado de centralizar, atendió llamadas, alertó a los medios, ofreció aclaraciones y detalles del suceso a quienes se lo requerían, y todo sin levantarse del trono. Lo curioso es que algunos de sus interlocutores estaban en situación, si no idéntica, sí parecida, pues era audible en su entorno el chapoteo del agua, los grititos de los niños, el parloteo de conversaciones domésticas a la hora de la merienda. El incendio terminó como siempre, con un cierto número de hectáreas de campo calcinadas, pero el jubilado, educado y curtido en la dura  era analógica, cuando el espacio aún no había sido abolido, apreció como un regalo aquella experiencia de la era digital que le hizo sentirse como uno de aquellos reyes luises que despachaban con sus cortesanos de igual guisa en el hediondo palacio de Versalles.

Uno de los aspectos del fenómeno que llamamos desafección de la política y que identifica la distancia vivencial y sentimental que separa al buen pueblo de sus representantes políticos tiene sin embargo la ventaja de que la sociedad no deja de funcionar cualquiera que sea el caos reinante en las altas esferas. En caso de incendio, los bomberos y las ambulancias acuden, los medios informan y entre todos encapsulan el suceso en un fragmento de telediario que da materia para sucesivas tertulias, columnas de opinión y borboteo en las redes sociales, a pleno rendimiento incluso en agosto porque hay mucho tuitero que se aburre en vacaciones. Así que mientras los móviles estén en modo activo, don’t worry, como dicen en los dibujos animados. Y no se preocupen tampoco por el relato, que nadie hace caso; en agosto toca novela policíaca y revista del corazón, dos sucedáneos más entretenidos.