Para Claudia

A cierta edad asistes una y otra vez a las viejas películas que te encandilaron y donde reside la cifra de lo que crees que eres. Los cinéfilos somos gente bipolar. El más vulgar de los humanos se transmuta en un ser luminoso cuando se apagan las luces de la sala de proyección o te arrebujas en el sofá frente al televisor. Querrías entonces que la historia que llamamos real, esa sucesión de días y acontecimientos repetitivos, quedara abolida o sin efecto porque lo mejor de nosotros mismos anida en esas imágenes fugaces. Fuera, en la calle, donde respiran los organismos vivos, reina la muerte, siempre súbita e inesperada, y los muertos quedan atrás en la carrera, a merced del olvido. La maquinaria de Hollywood no encontró un momento para recordar al gran Stanley Donen, fallecido apenas tres días antes del homenaje anual que la industria del cine se dedica a sí misma en la gala de los óscars. Y sin embargo, debemos a este hombrecillo menudo y jovial en sus apariciones públicas la expresión más acabada y certera de la felicidad: Cantando bajo la lluvia. La noticia de la muerte del cineasta a los noventa y cuatro años y después de décadas de ostracismo fue una sorpresa porque hace ya tiempo que sus películas y las de su generación están habitadas por fantasmas y el espectador las contempla como lo haría el guardián del museo de la dicha, deseando que sus prontas cenizas se disuelvas en la titilación de sombras luminosas que discurre ante sus ojos.

Hace unas semanas falleció el actor Albert Finney y Claudia subió a su cuenta de facebook una foto de Finney con Audrey Hepburn, protagonistas ambos de Dos en la carretera, otra pequeña obra maestra de Stanley Donen, una historia melancólica donde la felicidad  aparece aquejada por el desgaste del amor. Claudia ha heredado de su padre, mi amigo Iacoppus, el gusto por la película y la foto en la red era el santo y seña de una afición compartida y a la vez secreta. La cinefilia es una dolencia muy extendida que quienes la padecen, sin embargo, se cuidan de contagiarla porque albergan la equivocada creencia de que la felicidad que depara es privativa. Nadie está más gozosamente solo que el espectador de cine y ningún comentario compartido después hace justicia al disfrute de la visión. Pero, a veces, es inevitable que el entusiasmo se trasluzca en un mensaje velado, solo para cómplices, como la escuadra y el compás de los masones en la leontina del reloj de bolsillo. La foto de Claudia me recordó que he de celebrar un funeral por Finney, Hepburn, Donen y por mí mismo revisitando Dos en la carretera.