Acaso el mantra más repetido en estos días de ruido y furia es la exhortación a hacer política, como si los envites, órdagos, largas cambiadas y puñaladas traperas no formaran parte de la acción política. Quienes repiten el mantra apuestan por el diálogo, el matiz, la paciencia, el reconocimiento del otro, etcétera. Pero ¿cómo hacer semejante ejercicio de sensatez si se cabalga sobre un tigre? ¡Que traigan un relator y hablaremos! es lo más que consiguen articular los que montan al tigre.  Lo que está en juego en medio de este griterío es el futuro de las derechas, apeadas de la razón histórica por efecto de la crisis económica y de las medidas implementadas para superarla. Lo que la sociedad quiere no es un relator ni un baile de banderas sino que funcionen los servicios hospitalarios y las pensiones sean justas y dignas. Quiere, en resumen, reconquistar la esperanza. Son esas manifestaciones sectoriales, sin banderas y poco nutridas, que ocupan apenas treinta segundos del telediario las que dan el pulso del país: sanitarios, jubilados, estudiantes, obreros agarrados a la brocha porque les han quitado el andamio… La larga ola que nos ha llevado a esta playa ha contado con la dejación de la izquierda, sea por impotencia, oportunismo, desorientación o porque, qué caramba, las capas superiores de la izquierda también disfrutaban del surfeo. Ahora, la izquierda dividida y desmovilizada está a verlas venir.

Entretanto, estamos enfrascados en lo que en otros tiempos se llamaba la cuestión nacional y a fuer de darle carrete el espacio público se ha poblado de nacionalistas, históricamente el grupo humano más propenso al uso del garrote. Los que no son nacionalistas se interrogan sobre qué rasgos de carácter hay que adoptar para serlo, o al menos para entender a quienes lo son. El carácter nacional suele ser un tópico consolador en tiempo de paz acuñado por los de fuera. El vasco serio y laborioso, el andaluz alegre y vago, todo eso. El pactista que era don Pujol se acoplaba bien con la idea que en la meseta se tiene de los catalanes en tiempos de bonanza: un viajante de comercio que algo sacará del trato que hace contigo.  Y de repente aparece don Torra, uno de los agentes principales del barullo en el que estamos. Cabeza grande, maciza, mirada baja, introvertida tras las gafas de pasta, labios firmes y apretados en un rictus que podría ser de desdén hacia las asechanzas de la realidad de los que, después de la tormenta de la última semana, brota el anuncio de otra: si hay condenas para los independentistas apuesta por la dui. Lo único que rebaja la tensión verbal del anuncio es la inanidad del acrónimo. La dui parece cualquier cosa menos una declaración unilateral de independencia, como ya se ha visto en el pasado. Pero hasta aquí llegamos; eso es a lo que se llama ahora hacer política. Luego viene el mangoneo que, con suerte, nos saca del atolladero. Hasta la próxima.