Santiago Muñoz Machado ha publicado hoy un artículo de prensa sobre la aplicación del 155 en Cataluña, que venturosamente se eleva sobre la torrentera de tópicos, insustanciales y peligrosos, que sobre este asunto nos afligen sin tregua. Muñoz Machado es jurista, historiador y literato, y los créditos que de él da el periódico al pie de su artículo no incluyen el hecho por el que estos días está de actualidad: ha sido elegido nuevo director de la real academia española, cargo que ha ganado en liza electoral al otro pretendiente, Juan Luis Cebrián, súper boss hasta hace poco del grupo prisa y del diario de referencia. Al parecer, el dilema electoral de los académicos estaba entre un peso pesado intelectual o un empresario, por aquello de que la academia, como todo lo que vive, ve negro su futuro financiero y podría ser útil tener al frente a alguien con relaciones en el mundo del dinero. Quizás debido a que están absortos en la marmita de la lengua y en la zozobra del peculio, un sector de los académicos debió pensar que Cebrián era el tipo para esta ocasión (él mismo se postuló desenfadadamente en su periódico, sin ápice de falsa modestia), pero por fortuna otro grupo más numeroso de académicos ha optado por la alternativa.

Nada sé, lo confieso, del nuevo director de la rae, pero la lectura de su artículo esta mañana me ha confirmado en la alegría que me produjo la noticia de que Cebrián no dirigiría la academia. Vale la pena leerlo, por el rigor científico, la riqueza argumentativa y la precisión retórica, de las que se extrae una conclusión inequívoca y útil. No menudean las piezas periodísticas en las que convivan ilustración y oportunidad. Los académicos en general, no solo los de la lengua, son cautos a exponer sus opiniones y muy frecuentemente carecen de habilidades comunicativas, también los de la lengua; a su turno, los periodistas están sobrados de estas cualidades pero tienen menos fondo que un plato de postre. Cebrián pertenece a este segundo grupo. Ingresó en la academia en una operación de relaciones públicas de la institución para con la prensa influyente y en el mismo paquete ingresó también Luis María Ansón. Probablemente, la lengua castellana seguirá su camino sin el concurso de los dos, aunque no los tejemanejes de la política, pero ahí están, en su sillón correspondiente, y una vez que el primero de ellos se ha visto desocupado del mando de su empresa, le debió parecer que la dirección de la rae era un objetivo congruente con su autoestima. Este país necesita una renovación de las elites, gentes inspiradoras, con autoridad y vocación de servicio, que permitan elevarnos sobre la charca de conseguidores, asesores, opinantes, trepadores y fabulistas en que está empantanada la cosa pública. Gente honesta, que diga algo nuevo que no sea necesariamente una tontería.