Tirar de la manta es un latiguillo retórico que goza de gran predicamento en la vida pública. Todos esperamos que los demás tiren de la manta y la sola posibilidad de que eso vaya a ocurrir nos hace salivar de ansiedad y apetito incontenido. La muletilla implica a dos o más compañeros de catre en el que uno de ellos se arrebuja bajo el cobertor compartido para protegerse del frío y en consecuencia deja a la intemperie las vergüenzas de sus hermanos en el sueño. Lo que hay que ver después de que la manta haya sido retirada es previsible y escasamente interesante: las vergüenzas son las mismas en todos los seres humanos. Un tal don Crespo ha tirado de la manta en una comisión investigadora del congreso, un procedimiento parlamentario que forma parte de la industria del entretenimiento. Don Crespo ha declarado que él era el encargado de trajinar de aquí para allá con los paquetes, sobres y carpetas de dinero negro del partido destinado a sobresueldos, cobertura de deudas, pago a proveedores de parafernalia en mítines y otros ámbitos de actuación del pepé, etcétera. Nada que no se sepa hasta en Laponia. Además ha añadido que todos los mandamases del partido estaban al cabo de la calle de estos tejemanejes -¿y hay alguien que lo dude?-si bien los aludidos, don Rajoy en último término, han negado en sede judicial saber ni una palabra del asunto. En un país más saneado, los tribunales abrirían una investigación adicional por posible falso testimonio pero para evitarlo tenemos el procedimiento de designación del gobierno de los jueces -la mitad de la manta para ti y la otra mitad para mí-, que permite tener a cubierto las vergüenzas de todos.

Descargado el pesado saco de la conciencia ante el auditorio de los representantes del pueblo, don Crespo ha sido objeto de una iluminación sobrenatural y, sin que nadie se lo preguntase, ha denunciado muy afligido que el maldito marrón de corruptelas que le ha llevado a él y a otros a la injusta cárcel es un invento de don Rubalcaba y sus amiguetes policías. Después de dar toda clase de explicaciones sobre la naturaleza del pecado cometido, ha encontrado al diablo causante: don Rubalcaba, representado como en una tabla medieval, partiéndose de risa con sus diablillos subalternos por la perdición causada a estos esforzados trajinantes de dinero negro. Entre las enseñanzas que depara la corrupción política del país no es menor la posibilidad de observar cómo funciona la imaginación moral de nuestra derecha.  Aprendieron en el colegio de curas que el alma vive asediada por tres enemigos, el demonio, el mundo y la carne, que en cada ocasión adoptan una forma engañosa para tentar al inocente. En este caso, el demonio es don Rubalcaba, factótum del pesoe y de los gobiernos socialistas en la aflictiva etapa a la que se refiere don Crespo y diana principal en todos los argumentarios del pepé  en esa época. Y en efecto, al aludido no le falta cierto aire luciferino: filiforme, enjuto, ligeramente encorvado como quién se oculta de algo, un inequívoco brillo de inteligencia en sus ojillos maliciosos y una media sonrisa prendida en los labios. Los réprobos de nuestra derecha también se vieron asediados por la carne en volquetes de putas, la única forma en que la patronal del cemento puede entender la tentación carnal; y por el mundo que les rodea: es el mercado, amigo. Por fortuna, estos infelices son católicos y nada hay más consolador que la moral católica. Pregunten a su párroco, o al confesor.