Llueve. Las obligaciones con los muertos no han impedido el quórum de la sesión senatorial. Otros dirían senil, pero puedo afimar que en estos encuentros alrededor del café de media mañana no se dicen más pavadas que las que puedan escucharse en la cumbre de Davos, y hay mejor rollo. La tertulia navega por la rosa de los vientos y sus inciertas aguas. El mundo se tambalea y los reunidos intentan atraparlo por la cola de la actualidad. La parleta hace escala en los amenos contactos de doña Finiquito Diferido y el comisario Villarejo, ese tipo que va por ahí con pinta de malo de tebeo, tocado con una gorrilla de caco y embozado tras una carpeta donde guarda las vergüenzas de la nación. Es raro que la indumentaria no haya sido adoptada todavía como disfraz de Halloween.

Los contertulios son lo bastante viejos para no olvidar que en este país cada fin de época es anunciado con gran aparato mediático por un policía chungo con rango de comisario. En el ocaso del franquismo y en la transición fue el comisario Conesa, un torturador jefe de la policía política; el bando anunciador del final del felipismo socialista estuvo a cargo del comisario Amedo, muñidor de la guerra sucia y de negocios de parecido cariz, y ahora, el trompetazo de clausura de la gran rapiña popular de los aznáridas y herederos ha sido tarea del ubicuo comisario Villarejo. Polis cimarrones, sobrados de la arrogancia que les da la placa y la información que acumulan, y a los que, por alguna razón, el gobierno de turno otorga licencia para hacer lo que les dé la gana y ante los que los más altos prebostes del estado se muestran serviles y obsequiosos.  A mí me detuvo Amedo, como sabéis. Es Liberius quien habla de un tiempo ya remoto: me tenía ahí, frente a él, y me dijo, canta, chaval, y rápido porque tengo que ir a misa con mi novia, que estamos en san Valentín. Estos tipos usan el mismo lenguaje entre chulesco y coloquial con todos los que están bajo su férula, ya sea su interlocutor el estudiante universitario sujeto con grilletes que era Liberius en aquella ocasión o la ministra del gobierno constitucional que ha sido doña Finiquito mientras concertaba con su villarejo.

H. P. Lovecraft soñó la ciudad en la que se celebra la tertulia esta mañana. En el sueño, Pompaelo era una pequeña urbe provinciana (como ahora) en el ocaso de la república de Roma, poblada por legionarios, gentes de toga,  colonos de otras latitudes y vascones oriundos del lugar, todos aterrorizados por los rituales que celebran los pobladores de las montañas que rodean la ciudad a los que nunca se les ve excepto en las escasas ocasiones en que enviaban algún mensajero de ojos pequeños y amarillos para hacer negocios. Estas gentes ignotas, que manifestaban su presencia en la niebla con tambores y antorchas, eran llamadas la antigua raza, lo que quiere decir que estaban aquí cuando llegó la civilización romana y seguirán aquí cuando otra ocupe su lugar. Las ceremonias secretas que llenaban de espanto al vecindario de Pompaelo se celebraban hoy, primero de noviembre, día en que los muertos salen de las tumbas y los comisarios de policía de las cloacas para anunciar lo que nos espera. El resto del cuento ya lo conocen, y si no, pueden leerlo aquí.