Los augures hacen su oficio y predican desventuras. De nuevo se avecina otra crisis económica global; de nuevo, todo el mundo escruta el saldo de su cuenta corriente o los fondos de los bolsillos del pantalón, según estén en la escala social, mientras atisba por el hueco de la ventana los signos del huracán que dicen que se nos viene encima. Otro más. Los augures –con el efeemei al frente- no son neutrales. No vieron venir la crisis de hace diez años, y si la vieron, prefirieron  guardar silencio. La razón es que aquella crisis la estaban provocando los suyos armados con la doctrina  oficial que defendían los mismos augures. El presidente del efeemei de entonces, don Rato, desertó del cargo en pleno mandato sin dar explicaciones para terminar años después en la cárcel por aprovechamiento indebido de las circunstancias relacionadas con la crisis que no anunció; su sucesor don Strauss Kahn quedó para la historia como un predador, curiosamente sexual, no financiero; y la sucesora de este, doña Lagarde, es una casandra repetitiva cuya principal obsesión parece ser que la prolongación de la esperanza de vida de los viejos amenaza los sistemas de pensiones, lo que la perfila como una potencial genocida. La estrategia es aprovechar el pánico destilado por la crisis anterior para alimentar la próxima. El miedo es un gas paralizante y todo indica que los augures y quienes les han puesto al cargo empiezan a quedarse sin mejores argumentos para gobernar el caos que han provocado.

Esta crisis que dicen que viene, y si lo dicen vendrá, tiene algunas causas, según sus predicadores. La primera, el proteccionismo comercial, que básicamente es la consecuencia política del impacto social que ha tenido la crisis anterior y que ha llevado a los nacional-populistas al gobierno, empezando por el de la primera economía del mundo. La crisis venidera ya tiene culpables, no como la anterior, presentada como un extraño fenómeno cósmico, nunca registrado antes. Los augures hablan menos de la rocosa persistencia de la deuda, que aumenta a pesar de los brutales tratamientos de devaluación de los aparatos productivos y  de recortes salariales y de servicios sociales. La deuda es un rasgo endémico de esta economía de oferta desbocada; sin endeudamiento no hay consumo, toda vez que los consumidores han dejado de ser retribuidos como trabajadores en la economía productiva, y sin consumo la economía queda inerte, así que apenas empieza a crecer porque parece anunciarse un cambio de ciclo se promueven las condiciones de una nueva crisis.

El malestar que provoca esta condena a convivir con el monstruo de un sistema económico que muta en crisis al menor movimiento se manifiesta en la polémica por el acuerdo presupuestario español. La misma derecha que ha provocado la crisis y gestionado su brutal y fraudulento tratamiento –la derecha de don Rato, para entendernos- se opone al modesto acuerdo del gobierno socialista y podemos para inyectar un poco de aire y de esperanza en la deprimida sociedad española. La mala noticia para ellos es que esta derecha y su programa están en retirada. Su paladín, doña Merkel, ha perdido la hegemonía en Baviera, la opulenta región que mejor representa en Europa la política de los beneficios para mí y los costes para otros. El liberal-conservadurismo que representa Merkel, amasado de rigor y compasión luteranos (el conservadurismo compasivo que predicaba Bush antes de arrasar Oriente Medio) se ha ido al carajo. La propia Merkel le dio el involuntario tiro de gracia cuando autorizó momentáneamente una inmigración sin restricciones que puso en pie a la versión postmoderna del fascismo, ahora rampante en toda Europa. Don Casado y demás personajes de nuestra derecha se equivocan si creen que el rutilante neofalangismo que exhiben como un traje nuevo es compatible con las cerradas reglas de la sociedad abierta. Tarde o temprano ellos también tendrán que subir el salario mínimo o empezar a abrir campos de concentración.