No es la polémica por la exhumación  de la momia de Cuelgamuros, por ahora en stand by, el único incidente de actualidad que trae a la atmósfera un eco guerracivilista. Diríase que los astros se han confabulado para provocar una nueva resaca de aquel acontecimiento trágico. Y aún hay quién se empeña en obviar la memoria histórica. Ahora es la aparición de don Manuel Valls en el escenario como candidato a la vara de mando de Barcelona. Ignoramos qué currículo le llevó a la presidencia del gobierno de Francia, pero en el país vecino es ya un político amortizado. Los medios franceses recogen escuetamente la noticia de su nueva andadura española y solo alguno le recuerda sus obligaciones con Francia.  Hace tiempo que don Valls se ha despedido a la francesa de sus obligaciones como diputado de la asamblea nacional (puesto que obtuvo por merced de su oponente don Macron, que no presentó candidato en esa circunscripción para no dejarle en la calle) y como concejal de Evry, de donde había sido alcalde; ahora tendrá que dimitir formalmente de los dos cargos y ya está a todos los efectos en el ruedo ibérico.

Don Valls es catalán de Barcelona, nieto de un prohombre del catalanismo católico, que fue perseguido durante la guerra civil por católico y después de la guerra por catalanista. El padre del candidato emigró a París con la familia en busca de aire para realizar su obra pictórica, de un figurativismo introspectivo, delicado y tenue, que delata a un artista a cuyo carácter le resultaba insoportable la bronca ambiental. Su primera residencia en París fue el colegio español donde la guerra civil permanecía viva entre los residentes becados. Allí, según se cuenta, el escultor vasco Eduardo Chillida, falangista entonces, propinó una  paliza a un joven catalán republicano que más tarde se casaría con la hija de Pablo Gargallo, uno de los grandes escultores españoles del siglo pasado. Don Valls llega ahora con la estela de estos acontecimientos del pasado para encabezar en Barcelona, la ciudad más mestiza y viva del país, la opción españolista sobre la peana de un partido de tintes joseantonianos y trae para ello ganada fama de político de ley y orden.

La meteorología y la historia se han convertido en curiosidades de dominio universal, consecuencia del cambio climático y del cambio histórico que al parecer vienen juntos. Los políticos llegan a la palestra con el armario abierto y sometido al escrutinio público. No traen ninguna propuesta para el futuro, solo su apetito de poder, y no sabemos si significan la ruina de las cosechas, así que es inevitable recurrir a la experiencia del pasado que, en nuestro caso, empieza en aquella catástrofe sin paliativos, de cuyo eco no podemos librarnos, solo racionalizarlo.