Fiesta en el pepé. La fiesta de la democracia, como dicen los cursis. Los y las prebostes del partido se han despojado de la máscara  trágica a que les obligaba su pertenencia al gobierno saliente, aciago y ceniciento, y se muestran afectivos, efusivos, besucones. Una sonrisa como una guirnalda rodea la sede del partido en Madrid, hasta ahora caracterizada como la cueva de ladrones más grande y mejor provista de la historia del país, donde las obras del edifico se pagan en dinero negro y se aplastan a martillazos los discos de memoria de los ordenadores antes de que caigan en manos del juez. El jolgorio contagia a las decenas de periodistas que informan del circo y se traslada a las tertulias televisivas. Nadie sabe lo que ocurre. Nada hay más opaco que la fontanería de un partido político español, así que todo son ocurrencias, sensaciones (como dicen los cronistas deportivos) e hipótesis al aire. La tardía primavera electoral del pepé ha aflorado un desordenado ramillete de especímenes políticos, más o menos los que uno puede esperar que emerjan de las grietas en un suelo de cemento resquebrajado. Los comentaristas que fungen de serios echan mano del tópico de las familias para identificar a los candidatos -democristianos, liberales, conservadores, todo eso- y los más untuosos dicen que va a ser una competición de ideas y proyectos. Para partirse de risa.

Las exigencias del espectáculo determinan los hilos argumentales de mayor interés público. Dejemos, pues, de lado a los candidatos que han asomado la cabeza para decir aquí estoy yo, entre los que se encuentran un ex ministro resuelto a que le reconozcan su excelencia intelectual y un quídam empeñado en que se le llame joserra y que postula una elección plebiscitaria de los militantes a una sola vuelta. El eufórico joserra quiere que le llamen así para que luego se dirijan a él como señor presidente, en la línea del presidente francés Macron, que no soporta ahora que le llamen Manu. Lo de joserra no está mal traído como señuelo de campaña en unas elecciones banales –antes de calzarse los coturnos hay que trotar un poco en zapatillas- pero los ojos de la opinión están fijos en los tres candidatos que vienen avalados por el abecé. Lo que nos dicen de Soraya y Cospedal es que se odian sin tregua ni consuelo aunque no hay manera de saber por qué. Los más finos analistas apuntan a que su inquina recíproca se hizo definitiva cuando, en cierta recepción ante el papa de Roma, ambas iban tocadas con mantillas de desigual ringorrango, Cospedal llevaba peineta y Soraya no. El tercer candidato de abecé  es ese chico que empezó su carrera política enfrentándose a los tanques en la plaza de Tienanmen con ayuda de doña Aguirre y que consigue títulos universitarios con la misma facilidad con que a otros corruptos les toca la lotería. Por esta superdotación para los estudios superiores el joven está en el punto de mira de una jueza. Los comentaristas de la tele se preguntan finamente si podría ser candidato a la presidencia del gobierno –título implícito en el o la presidenta del pepé– un chico con ese currículo tan brillante. ¿Y por qué no? Estamos en verano.