Los trinos destilados en la cuenta de don Garrido, el  próximo y provisional presidente de eldorado del pepé -equivalentes, a su nivel, a los pensamientos de Marco Aurelio o a las greguerías de Gómez de la Serna-, revelan a un tipo menguadico de ingenio, sectario lo preciso y deslumbrado por los hoteles caros y las gentes del espectáculo a los que dirige unos ladridos nerviosos de caniche. Sin duda tendrá otras cualidades menos notorias para ejercer el puesto en que se le espera pues de lo contrario no habría sido elegido por quienes con tanta finura y probidad han nombrado a los gobernantes de Madrid. Es el uomo qualunque que asciende al puente de mando después de una larga saga de conquistadores y corsarios; el mayordomo que hereda el gobierno del predio. La definición no es peyorativa. En la dinastía carolingia, fue el mayordomo de palacio el que ocupó el trono de los francos y puso orden en el imperio. En unos pocos meses, se celebrarán las justas para elegir al paladín o paladina del pepé madrileño en las elecciones del año que viene, de las que don Garrido parece excluido y a las que asistirá desde la tribuna, sin revelar sus preferencias y cuidando en lo posible de que el vencedor, cualquiera que sea, se acuerde de su lealtad en la sombra. Este personaje ceniciento cuadra al milímetro con el tipo del apparatchik, anodino y servicial, que está ahí para lo que vuecencia guste mandar mientras el andamiaje del partido siga en pie.

Ahora tiene unos meses por delante para mantener la ambición embridada y no cometer errores. Le van a dejar al cargo de un edificio ruinoso y rodeado de salteadores. Los primeros y quizá más peligrosos, los honorables ciudadanos que apoyarán su investidura. Habían pedido un hombre limpio, queriendo decir mediocre, y les han ofrecido al lugarteniente de la alocada dimisionaria a la que el interino debe el despegue de su carrera y a la que no aludió en su discurso del dos de mayo, la fecha en la que los cofrades del presente honran a los héroes del pasado. Don Garrido se enfrenta a dos estrategias concurrentes contra sus intereses. La izquierda pretende tomar su poltrona al asalto y la otra derecha, la de los amigos indeseados, se propone vampirizarle a él y a su caladero de votos. La encomienda que le ha caído parece fácil –aguantar, esperar, confiar: puro zen rajoyista-, pero no lo es. Va a necesitar algo más de inteligencia que la que revelan sus tuits y suerte de que nadie conserve un vídeo de sus aficiones privadas, si las tiene. Ahí queda, don Garrido, y mucha mierda, como dicen en el teatro.