La oferta cinematográfica en cartelera es una ensalada con dos ingredientes predominantes: efectos especiales y dibujos animados, y comedias de viejos más o menos dramáticas. La franja demográfica mayoritaria, entre los treinta y tantos y los sesenta y pico no es público objetivo para la industria, al parecer, y, en efecto, se les ve poco en las salas, excepto si acompañan a sus hijos. A veces, el abuelo y la nieta van juntos a la misma peli, que elige la segunda, pero esas son casi todas las variantes que puden verse en el patio de butacas. Las salas que antaño que acogían el cine indie, experimental, difícil, o de arte y ensayo, como se decía en tiempo de los dinosaurios, ofrecen ahora un menú de historias vecinales teñidas de un delicado optimismo, donde aflora la compasión, la tolerancia y el buen rollo, y, con frecuencia, el tópico de la segunda oportunidad. Historias reconocibles a simple vista y personajes que están al cabo de la calle y se disponen a que el mundo, el suyo y el de los otros, sea un poco mejor de como es.

Bailando con la vida, Un sol interior, La casa junto al mar, Alma mater, El buen maestro, The party, son títulos de esta oferta. El cine europeo –singularmente el británico y el francés- ha echado mano del desconcierto de la gente madura de las clases medias y se ha puesto a armar historias mínimas, anecdóticas, para ofrecer cierto consuelo al desasosiego del público crepuscular. Mira, a estos tipos les pasa lo que a ti. Don’t worry. La interpretación a cargo de actores y actrices experimentados, en la sazón de su carrera y enfundados en papeles que les van como un guante, despierta una empatía inmediata y hace que la peli discurra como un arroyo de montaña. Pero, cuando vuelve la luz a la sala, el viejo se levanta de la butaca con un crujido en las rodillas y la desesperación intacta. ¿Dónde está aquel cine que era más grande que la vida?

Esta querencia cinematográfica por la edad tardía parece indicar un cierto sentimiento de pérdida y la necesidad de reponerla, que podría haberse trasladado a la política. No hay otra manera de explicar el atractivo que despiertan doña Carmena y don Gabilondo en la batalla de Madrid. Ni se puede entender sin esta clave el éxito acumulado por don Rajoy, un carácter que ya debía ser muy viejo cuando hizo la primera comunión.  Los tres parecen supervivientes de un mundo en ruinas; náufragos en un mar de cabezas huecas y alocadas, del que emergen investidos de una autoridad antigua y abstracta. En este revival, los jubilados que ocupan las calles en demanda de mayores pensiones son los guionistas y figurantes de esta peli de viejos. Son los angry old  men de esta época, y también miran hacia atrás con ira.