A la memoria de Fernando Pérez Ollo
Ayer se cumplió el centésimo trigésimo sexto aniversario del nacimiento de la escritora inglesa Virgina Woolf. Lo sabemos porque google dedicó el doodle del día a la efeméride, así que fue ocasión para bucear descuidadamente en lo que la red decía sobre la vida y circunstancia de esta protofeminista y formidable autora de ficciones que reivindicó para las mujeres una renta y una habitación propias. Entre las referencias que el curioso encontró en esta singladura se citaba una biografía, La Virginia Woolf desconocida, de Roger Poole. El libro se publicó en el mercado español en mil novecientos ochenta y dos y está descatalogado por la editorial y solo encontrable en el circuito de segunda mano, a un precio abusivo. El indagador desestimó comprarlo y recurrió al catálogo de las bibliotecas públicas de la remota provincia en la que vive, en las que encontró un solo ejemplar. El siguiente trámite del jubilado fue dirigir el paseo matutino hacia el establecimiento que albergaba el libro y tomarlo a préstamo. Es un título de la extinta colección alianza tres, en rústica, cuyas páginas han adquirido el característico tacto apergaminado del papel viejo, pero el lomo terso, los cantos sin rastro de melladuras y las páginas apretadas dan prueba de que es un libro intonso, muy bien conservado. Un sello de la biblioteca en la página de respeto hace sonreír al buscador. Dice: Donativo F. Pérez Ollo.
El amigo Fernando, fallecido hace unos años y que donó parte de su copiosa biblioteca al gobierno de la provincia. Compañero de redacción periodística, admirado profesional, un mito viviente de inabarcable erudición en la que iba envuelto como en una armadura, cuya timidez y carácter hipertenso le hacían completamente inhábil para las relaciones igualitarias y para el que cualquier intercambio de opiniones era una pugna por el podio de la sabiduría. Si le mencionabas cierta lectura que te había gustado, respondía, ya lo he leído, en francés (testimonio de Quirón). ¿Cuántas veces habremos evocado esta anécdota que retrataba su talante? Pues bien, querido Quirón, he aquí un libro que no había leído. Sin duda quiso hacerlo, pero no llegó más que a poseer el documento, que ha durado más que él. El sello de la biblioteca que recuerda el origen del libro despierta una tibia ola de ternura y compasión por todos los letraheridos, por todos nosotros, por los anhelos y las imposturas, por la inutilidad del esfuerzo, por la ambición y la derrota, por la pose que es la existencia, por las pruebas que dejamos de nuestro paso y que achican nuestra memoria, por los caminos que nos llevan al olvido, y por los innumerables convecinos que nunca leerán este volumen y que, si llegan a hacerlo, pasarán con indiferencia sobre la memoria del donante.
La bella evocación de FPO cargada de empatía, tierna incluso, que nos ofrece el bloguero, no podrá ser entendida por sus lectores ingleses (o, incluso, de Cuenca), que sí captarán la alusión a Virginia Woolf; es a veces el destino de la escritura que se ciñe a lo local. Pero quienes, al ser convecinos de su misma provincia subpirenaica, conocimos al homenajeado, estamos viéndolo en esta entrada tal cual era (y esto constituye también una virtud de la buena escritura, por más local que sea). Su empeño por ser el más erudito de entre sus conocidos (¿acaso no lo era?) provocaba a veces el rechazo vengativo de algunos. ¿Cómo no recordar el panfleto sobre el súper do de Pérez Ollo, el acorde de una sola nota, escrito por el director de orquesta Bello-Portu con la intención de ponerlo a caldo? Sin embargo, aquellos deslices, como el que sugiere Manuel Bear en su entrada de hoy, hacían a FPO más humano, más próximo, aunque es posible que a él no le gustara. Gracias, Manuel Bear, por traérnoslo a la memoria.