¿Cómo vive una sociedad que dedica buena parte de sus energías a dilucidar si el presidente que la gobierna está o no en su sano juicio? A los bachilleres españoles, la imagen nos transporta al degradado periodo del último austria de esta monarquía, Carlos II, llamado el Hechizado, pero ahora hablamos de don Trump, el presidente-emperador bajo cuya férula vivimos la mitad de la humanidad, que cumple un año en el trono. La desafección popular por las instituciones y la quiebra de los eslabones intermedios de la representatividad política hacen que el comportamiento de los mandamases sea tan arcano como debió serlo en los imperios antiguos. En nuestra taifa, ahí está don Rajoy, hierático como los faraones deificados de Abu Simbel, y también corroído por el viento de la historia como ellos. En el tiempo en que la demanda de transparencia se ha convertido en un tópico, la política, no solo es opaca como nunca antes, sino que está teñida de irrealidad. Ahí tienen a don Puigdemont, empeñado en convertirse en un héroe de leyenda para no afrontar sus responsabilidades terrenales. La voluntad de incrustar un relato mitológico en el pan nuestro de cada día es el rasgo dominante de la clase dirigente, y una mercancía que compran con gusto las clases altas y las bajas. Las primeras, para mantener a resguardo sus intereses; las segundas, para satisfacer sus sueños, y no tanto para hacerlos realidad cuanto para que aumente su poder narcótico. Trump, votado por la famélica legión, se dedica a hacer más ricos a los ricos.

En su primer año de mandato, la economía va viento en popa, aunque los economistas -la clerecía dominante- no se ponen de acuerdo en si se debe a sus iniciativas políticas o la mera inercia del momento expansivo del ciclo. También los egipcios tenían periodos alternos de vacas gordas y flacas, como sabemos por la Biblia. Lo cierto es que los mercados elevan el vuelo llevados por esa pulsión maníaca que es propia de las agencias y corredores de bolsa, y el desempleo disminuye, más en las estadísticas que en la experiencia real de los trabajadores. Tampoco en el antiguo Egipto había desempleo. El avance del imperio exige la destrucción de la república. El primer aniversario de Trump se celebra con un cierre del gobierno federal por falta de acuerdo del presidente y el congreso sobre los presupuestos. Unos centenares de miles de funcionarios quedan suspendidos de empleo y sueldo hasta nueva orden, y museos, bibliotecas, parques naturales, sedes académicas y científicas, es decir, todo aquello que identifica al estado y hace que el ciudadano se sienta orgulloso de serlo, cierran sus puertas. La disolución del estado, su desvanecimiento, es otro rasgo de la época. Los catalanes no parecen haber advertido que la Generalitat, su institución histórica y privativa, está suspendida, quizá sine die. Pero, entre una realidad aburrida como lo es cualquier administración pública y un sueño exultante como la independencia, aunque no se sepa de qué y cómo, ¿quién puede dudar?