Manifestación de jubilados frente al parlamento mientras este escribidor despacha las últimas decenas de páginas del monumental libro de memorias del ex ministro griego Yanis Varoufakis, que ya se ha mencionado en esta bitácora. Los jubilados están incendiados con toda razón por la caída constante e imparable del valor de sus pensiones, a lo que en esta ocasión se ha sumado anecdóticamente las estúpidas y provocativas declaraciones de una diputada del pepé que representa como nadie el parasitismo de la clase política. Los jubilados llevan su protesta al parlamento, que es el lugar natural del que emana la autoridad de un sistema democrático. Pero, ¿y si se trata de un señuelo?, ¿y si detrás de esas monumentales puertas  no hay nadie que pueda oir sus quejas ni dar respuesta a sus demandas porque en ese nobilísimo edificio custodiado por leones de guerra solo habita el loro de doña Villalobos? Las voces y los gestos de los jubilados expresan la desesperación en estado puro. Diríase que son conscientes de la inutilidad de su esfuerzo. Así que este escribidor vuelve a Varoufakis.

Como es sabido, el esfuerzo –fallido- de este político y notable economista se centró en una renegociación de la deuda de su país con el objetivo de recuperar los recursos económicos sin los que la soberanía nacional es posible porque Grecia estaba en quiebra, atrapada en un bucle de deuda trenzado por préstamos destinados a pagar otros préstamos anteriores y en el que, a cada vuelta de la tuerca, los acreedores exigían más y más recortes de gasto público, en salarios, pensiones, prestaciones sociales y ventas de activos públicos hasta crear una crisis humanitaria entre las clases más menesterosas, término que los europeos rechazaban de sus interlocutores griegos porque lo consideraban ideológico. Lo que la impactante prosa de Varoufakis describe es el mecanismo de las negociaciones en el que las verdaderas fuerzas del bloque acreedor operan fuera del sistema y de las reglas democráticas, de modo que los altos funcionarios electos que forman parte de las instituciones (en cursiva en el original) europeas declinan sus responsabilidades en una especie de deus ex machina (término que tiene su origen en el teatro griego antiguo), que recibe el mitológico nombre de Troika,  cuyas decisiones son impermeables a cualquier intento de negociación y por último inapelables. Varoufakis ofrece dos interesantes semblanzas del funcionamiento de este teatro. La primera es la de los funcionarios de los países miembros de la unión, elegidos por sus electorados nacionales y ocupantes de altos cargos en las instituciones, en la práctica obligados a decir una cosa en privado y la contraria en las reuniones formales en las que la Troika está presente para tutelar el resultado. Entre estos personajillos, que más parecen títeres, emerge en varias ocasiones nuestro don Guindos.

El segundo rasgo de interés de esta crónica es la capacidad del bloque acreedor –la Troika- para quebrar la cohesión nacional de los países miembros de la ue. Los partidos políticos nacionales tienen sus propias agendas, filias y fobias y la mera mecánica de sus actuaciones domésticas tiende a resquebrajar cualquier posición unitaria, imprescindible en una negociación con mínimas expectativas de éxito. Lo hemos visto en el conflicto catalán, que tiene sin duda su origen en la crisis económica. Ambas partes, constitucionalistas e independentistas, han apelado a las instituciones europeas, que han enviado un parsimonioso e indirecto mensaje a través de la fuga de empresas. El conflicto catalán, claro está, no se ha resuelto con las elecciones ni lleva camino de resolverse porque los elegidos en las urnas ni saben ni pueden hacerlo.

Los pensionistas ante el parlamento son la expresión de la crisis humanitaria que subyace al desbarajuste económico, su efecto más terrible, la realidad que las instituciones, con el inefable presidente del eurogrupo al frente, rechazaban tildándola de ideológica. Los pensionistas se agitan ante el congreso, gritan, sí, pero en realidad, ¿existen?

Nota bene: Klaus Regling es un funcionario europeo al que el ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, puso el frente del fondo de rescate de la eurozona, que reclamaba a Grecia una deuda de ciento cuarenta y dos millones de euros en un momento en que el país tenía el apremio del pago de otras deudas al fmi. Varoufakis cuenta así su conversación en el funcionario Regling (pag. 494):

-Teniendo en cuenta, como parece ser, que en una o dos semanas nos quedaremos sin dinero para pagar al fmi y cubrir los salarios y pensiones, ¿qué me recomiendas que haga, Klaus? Las opciones son dejar de pagar a los viejos sus pensiones y a los funcionarios sus salarios o dejar de pagar al fmi.

Para Klaus era pan comido.

-Nunca, nunca, debes dejar de pagar al fmi. Es mejor que suspendas el pago de todas las pensiones. Eso es lo que deberías hacer -dijo con sorprendente convicción.