Los pasados días en blanco de esta bitácora se han debido a una doble ofensiva de la gripe: sobre el piloto y sobre la máquina. El primero, griposo; la segunda, gripada. Más o menos, las averías ya están resueltas, mejor en la segunda que en el primero, y volvemos a la navegación. Los días de asueto han servido para que este escribidor se fajara en la lectura de las memorias del ex ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, quizás el primero y por ahora único héroe de esta guerra olímpica que tiene lugar sobre nuestras cabezas y sobre nuestros bolsillos. La nacionalidad del ex ministro y su físico redundan en su leyenda, pues, en efecto, parece un coloso. Varoufakis contra la Troika sería un lienzo tizianesco que no desmerecería en El Prado o en la Galleria delle Uffizi. De momento, como es sabido, el héroe ha perdido la batalla, pero esa circunstancia no le apea de la condición adquirida; al contrario, le sitúa en la nómina de Prometeo, también a él le han sacado los hígados, y de Sísifo, pues, al parecer va a intentarlo de nuevo a través de la plataforma política Diem25.

El libro de Varoufakis se lee como una novela, a pesar del carácter técnico y naturalmente árido de las peripecias que se cuentan en él. El autor es dueño de una prosa clara, ágil y asertiva, muy precisa, pero el factor que dota de interés el relato es precisamente el sesgo mítico del personaje y de su circunstancia, que crean una instantánea empatía, sostenida a lo largo de las páginas. El rasgo más relevante de la interminable crisis europea es la desesperanza. Los gestores de la crisis se atienen a un limitado repertorio de medidas, enmarcadas en una doctrina única e irrebatible que tiene como objeto conservar  la pirámide de intereses, ya sean nacionales o de clase, que constituye la unión. El resultado es una penalización de las naciones y clases que ocupan la base de la pirámide. Varoufakis intentó arrebatar el fuego a los dioses, y fue expulsado del tablero, no solo por la correlación objetiva de fuerzas a las que se enfrentaba sino porque nadie, ni siquiera sus aliados políticos, que le habían encomendado la tarea, creyeron que fuera posible. La unión europea es hoy un tejido cuarteado, falto de objetivos compartidos y cercano a la irrelevancia política, y por los costurones se filtran, elección tras elección, fuerzas a las que el viejo establecimiento califica con pereza y desdén de populistas, en realidad nacionalistas de extrema derecha que alejan cada día más a la unión de sus objetivos históricos sin dotarla por eso de mayor eficacia económica. Lo que se propuso Varoufakis para su país en su fracasada negociación de la deuda con la troika fueron dos objetivos razonables y posibles: garantizar fondos para evitar que la parte de la población con menos recursos cayera en la exclusión social y reestructurar la deuda total del país para permitir un despegue económico, todo dentro del euro y sin daños graves para los acreedores. No fue posible para Rescatistán, como llama el autor a Grecia. La alternativa impuesta por las autoridades europeas fue un enésimo  préstamo de rescate, equivalente a otra vuelta al torno de la deuda a la que está maniatado el país. El objetivo de Varoufakis era salvar la unión europea y garantizar la decencia y ecuanimidad de sus actuaciones. No lo consiguió y ahora no sabemos si todavía estamos a tiempo de remediarlo.