Este escribidor pertenece a una generación que no solo es escéptica sobre la virtualidad de los referendos sino que detesta su engañosa teatralidad. No hay mecanismo de participación política más fraudulento e ineficiente que el plebiscito. En los sistemas dictatoriales sirve para confirmar las decisiones del tirano y en los sistemas así llamados democráticos son el paliativo de la impotencia del gobierno. En el primer caso atornillan lo existente; en el segundo, empujan a un incierto y por lo general improbable futuro. Los referendos más resultones y estéticamente presentables son aquellos que presentan un dictum so capa de dilema democrático. ¿Alguien cree, por ejemplo, que España hubiera podido salir de la otan, a la que ya pertenecía por un acuerdo gubernamental, si así lo hubiera demandado el censo en la consulta organizada por don González? El tipo, que había jugado con esta decisión con fines electoralistas, tuvo suerte pues consiguió endosar a los españoles una decisión que los españoles no querían pero a la que se sometieron en un ataque de pánico.

Aquel referéndum fue probablemente el nacedero de la democracia tal como la experimentamos: soberanía nacional constreñida y corrupción económica. Los referendos son muy caros, y demuestran por extensión que una gobernanza basada en la demagogia necesita ingentes fondos que no puede obtener sino bajo mano, como estamos viendo estos días en el telediario. El referéndum de la otan fue probablemente el último que se realizó en este país bajo el espíritu del antiguo régimen y los votantes vertieron en las urnas todo el miedo y la sumisión al gobierno que habían sido cultivados durante la dictadura. Los tiempos han cambiado. El ciudadano experimenta la opresión del mercado, no del estado, el cual se desvanece imperceptiblemente a su alrededor y ante el que siente una desafección creciente. La ausencia del estado se ve sustituida por una hipnótica percepción de pertenencia a una comunidad que puede convertirse en sujeto histórico si un plebiscito así lo afirma. Algunos políticos listillos creen que pueden jugar con esos dados.

Viene a cuento esta perorata porque la unioneuropea ha tendido la mano al Reino Unido para iniciar una reversión del brexit votado en el referéndum quizá más famoso desde la segunda guerra mundial. Nunca ha sido creíble que Reino Unido fuera a hacer efectivo el mandato refrendario y es más que probable que, tarde o temprano, se llegue a un acuerdo satisfactorio que dejará el famoso referéndum en agua de borrajas (o cerrajas, como advirtió el paisano Iribarren). Y lo que se dice del brexit vale para el referéndum catalán del pasado uno de octubre. Nadie que mantuviera un ápice de cordura en aquellas fechas creyó que el azacaneado prusés fuera a terminar en la independencia, pero todos actuaron como si así fuera a ocurrir. Ahora se trata de desmontar el tinglado de la farsa sin que tramoyistas e intérpretes pierdan la cara. El referéndum es la expresión más acabada del pensamiento mágico aplicado a la política.