Una de las ventajas de que no se haya materializado la independencia de Cataluña es que el Barça puede golear al Madrid en su campo. Celebración independentista de la derrota merengue, que alguien tiene que pagar, y como no va a ser don Rajoy, será Zidane. El patriotismo vuelve a su terreno natural: el campo de fútbol. Es aquello de la historia que se reproduce como farsa, y eso que Marx no podía ni imaginar el poder del nuevo opio del pueblo. Pero entretanto ocurren otras cosas fuera de este corral, en esa patria elusiva a la que llamamos Europa. Las autoridades comunitarias han iniciado el procedimiento, lo que quiera que eso signifique, para privar de voto a Polonia a causa de la reforma judicial emprendida en ese país que pone al poder judicial bajo la férula del gobierno, saltándose así la división de poderes que rige el tratado de la unión. Al mismo tiempo, las mismas autoridades europeas contemporizan con una sonrisa con el nuevo gobierno austriaco del que forman parte ministros de extrema derecha con un lustroso pasado neonazi, y que ya ha provocado un conflicto diplomático con Italia, también estado socio de la unión, al ofrecer pasaporte austriaco a la población germanoparlante de la región italiana de Alto Adagio o Tirol del Sur. Lo ocurrido en Polonia y en Austria responde a la misma pulsión: un asalto en clave nacionalista a las normas escritas y no escritas que rigen la unión europea. Pero la reacción de las autoridades es distinta en cada caso. El fárrago normativo que rige la unión y el equilibrio diplomático en que se basa su gobernación da motivo para toda clase de agravios comparativos. Vean el chasco del independentismo catalán, que creía que su delirio de ser una cojodemocracia oprimida por un estado africano iba a despertar espontáneamente la simpatía y el apoyo de las instituciones europeas, tan calvinistas. A la postre, el único apoyo, y muy tibio, ha sido el de los partidos flamencos que tienen en su árbol genealógico una bonita colaboración con Hitler. ¿En qué momento los indicadores geológicos permiten afirmar que pisamos tierra de alto riesgo volcánico?

La retracción nacionalista que se advierte en suelo europeo y que empezó a lo grande con el Brexit inspira una fábula distópica que titularemos Los desarraigados o The Misfits, para decirlo en lingua franca. Los dirigentes de las instituciones europeas y los eurócratas surgieron de las altas esferas de sus países para crear y gobernar una realidad supranacional que sobre el papel se parece bastante al paraíso. Esta elite  dicta normas, gestiona equilibrios, promueve encuentros y lanza consignas desde una altura estratosférica, pero deja la gobernación sobre el terreno a los gobiernos nacionales que dependen del voto y del malhumor de sus poblaciones. Entre el olimpo eurocrático y el barro social al que se dirige su acción hay un vacío de proporciones descomunales, que las propias elites se niegan a suturar con una reforma del sistema hacia mayor democracia e integración política. En gran parte, el intento, si lo hubiera, estaría obstaculizado por los poderes económicos que verdaderamente rigen y se benefician del tinglado. Desde el primer momento, los eurócratas fueron una entidad extraña en la que se depositó la confianza mientras fueron tiempos de esperanza, pero empiezan a aparecer como desarraigados, alienígenas señalados como los verdaderos enemigos del pueblo. Piénsese en don Borrell, un antiguo dirigente socialista, político brillante y honrado, uno de esos personajes que circulan por la historia como la gran esperanza blanca, no se sabe de qué, pasó años felices como eurócrata y de vuelta a su país, al borde de la jubilación, no se le ocurre nada mejor que pedir que lo desinfecten de sus adversarios políticos sin advertir que era él el que se había convertido en Gregorio Samsa, como han demostrado las urnas.

P.S. Esta bitácora estará en dique seco hasta primeros de enero. La tripulación considera que ya ha navegado bastante por este año.

¡¡Felices fiestas y los mejores deseos para 2018 a amigos y amigas!!