Llevamos un buen montón de meses en que todo el mundo anda buscando una patria que se acomode a sus intereses y anhelos y de repente, zas, descubrimos una nueva, mítica y siempre sorprendente, que parece el fruto de un sueño incontaminado de realidad, como la Atlántida, o Eldorado, o La Arcadia. Una patria de contornos y ubicación difusos y a la que sus descubridores han dado el nombre provisional, y poco imaginativo, hay que reconocerlo, de Paraíso. Los paradise papers demuestran que esa patria colgada de las nubes o situada allende de la mar océano existe, habitada por seres inalcanzables, literalmente inmortales, como la reina de Inglaterra o Madonna, y otros invisibles, agujeros negros del mundo real, como Carlos Slim, George Soros o Gerhard Schoeder, o nebulosas incandescentes como Apple, Uber o Nike. Una galaxia que nos envuelve y desde la que somos observados con benevolencia por sus egregios pobladores, que han dejado entre nosotros, simples mortales, un clon o un avatar bajo apariencia carnal al que adoramos porque se nos representa como, rey o reina, estrella del rock, multimillonario filántropo, político carismático, novelista ilustre, campeón deportivo, en fin, modelos de vida. Desde lo más alto del retablo barroco en el que hemos sido empujados a vivir, estos personajes asisten con una sonrisa a nuestros desvelos e industrias por construir un hogar decente y, lo que les da más risa, ¡un estado de derecho! El paraíso fiscal, tan prolífico, es una enmienda a la totalidad de la razón política, de la justicia y del estado. Nada hay más grotesco que los balbuceos de falsa resolución de los tipos que hemos elegido en las urnas, como don Montoro, digamos, cada vez que se descubre otro retal de esta galaxia, que solo está oculta para quien quiere tener los ojos cerrados.

Como en todos los relatos de la mitología clásica, la interacción del etéreo paraíso y la dura tierra crea figuras híbridas, semidioses de los que tardamos en saber si son héroes o traidores. Un tal don Trías, que fue alcalde, de familia pudiente y bona gent, está ahora en esa tesitura. Hasta ayer mismo, su avatar carnal iba al frente de las manifestaciones por la independencia de Cataluña mientras su espíritu encontraba consuelo y esperanza en las Islas Vírgenes. Ahora, destruido como por ensalmo el encantamiento, no sabemos si va o viene, si está o no, si es catalán o virgen. El desconcierto nos invade cuando vemos que la representación de nuestro sueño es un muñeco hueco, un trampantojo. ¿Debemos seguir tras ellos coreando consignas y blandiendo banderas o hemos de arrojarlos de nuestro lado? ¿Y si creíamos estar luchando por Cataluña y en realidad luchábamos por las islas Caimán? El tal don Trías es, a la postre, un ente menor del olimpo de la pasta gansa, pero ¿qué hacer con la reina de Inglaterra?, ¿la llevaremos a la torre y acostaremos su dulce cabecita de abuela en el tajo del verdugo?

-No diga barbaridades. A ver si el fiscal don Maza le va aplicar a usted la legislación antiterrorista como si fuera un titiritero.

-No se equivoque, señor. No formulo un deseo sino que recreo una leyenda, por cierto, con precedentes históricos. ¿No estamos hablando, después de todo, de mundos imaginarios?