Retorno a esta navegación ensimismada después de unos días de alivio en el doble sentido contradictorio que da a la palabra el diccionario rae. Al borde del agua calma, bajo el cielo soleado y sobre la arena tibia llegaba el estrépito de los telediarios y el tableteo de los mensajes en la redes, replicados en las conversaciones de los veraneantes tardíos, y el autor de estas líneas experimentaba la mezcla de satisfacción y vergüenza que acomete a los desertores. De vuelta a la garita, una sorpresa. La fosa de la marianas que habría de abrirse en el cauce del Ebro después del pasado uno-o se ha colmatado de materiales de todas clases: votantes, primero entusiastas y luego apaleados, primero esperanzados y luego defraudados; guardias de la porra, primero repelidos y luego besuqueados; héroes de la selección nacional de fútbol, primero insultados y luego jaleados; un rey que encuentra la ocasión de estrenarse en el género dramático, como su papá; y mediadores a porrillo: obispos, políticos, abogados, catedráticos, humoristas, tenistas, filósofos, en fin, todo dios, y el ruido de una febril efervescencia de declaraciones políticas, parapolíticas, colaterales, tribales, apaciguadoras y/o subnormales (en recuerdo de Manuel Vázquez Montalbán). En esta aparente confusión se discierne la réplica de las fuerzas conservadoras después de la sacudida sísmica del desafío independentista. A toda acción sigue una reacción, como es sabido, pero entre nosotros la reacción quintuplica la fuerza de la acción que la ha provocado, como avisó Antonio Machado, que tenía razones para saber de qué hablaba y al que los soberanistas querían privarle de la calle que tiene dedicada. En medio del estrépito dos personajes permanecen impávidos, escrutando cada uno los movimientos del otro. Don Rajoy y don Puigdemont, sombrero stetson de ala ancha, el sol a su espalda (en esta película hay dos soles), acarician con la yema de los dedos la culata de sus revólveres. ¿Quién desenfundará primero? Artículo ciento cincuenta y cinco versus declaración unilateral de independencia.  Balas de fogueo que, eso sí, pueden incendiar el pajar. De una parte, ¿qué independencia será esta en la que el dinero más genuinamente catalán ya escapa allende la frontera?, y de otra, ¿qué parte de la autonomía catalana puede ocupar el estado que no haya ocupado ya por la vía de los hechos cuando está bajo su mando la justicia, la policía y la hacienda? Los catalanes han iniciado una revolución para la que son demasiado débiles para llevarla a término, y eso explica las tonalidades de cuento de hadas que tenía el relato soberanista. Que este cuento haya sido aceptado y secundado por al menos la mitad de la sociedad catalana indica el grado de rechazo y de hastío que encuentra una realidad política que nos afecta a todos. Entonces, ¿por qué no ir al grano y echar a don Rajoy mediante un gran acuerdo general que lleve el germen de las reformas constitucionales mayoritariamente queridas en vez de entronizar a don Puigdemont mediante una triquiñuela local? La respuesta es simple, porque los partidos de la oposición no están a la altura de las circunstancias.