Ya tardaba en cuajar. Desde el primer minuto hubo hooligans que la azuzaron pero ha sido necesaria la concurrencia de una noticia equívoca sobre un aviso de riesgo al que nadie hizo caso, a lo que sigue un manojo de mentiras y excusas, una esgrima de desafíos y acusaciones, las plumas erizadas, los espolones enhiestos y toda la mala leche acumulada en el depósito para que la esperada bronca estalle como una rosa en abril. Las acciones terroristas no son letales más que para las víctimas directas. Los terroristas son gente primitiva que tienen una idea orgánica de la sociedad y fatídica de la historia, y creen que si se golpea sobre un grupo de ciudadanos inermes aleatoriamente elegidos por razones prácticas removerán la voluntad del gobierno y le obligarán a satisfacer sus delirantes intereses. La sorpresa de que esto no ocurra debe ser enorme. Por un instante, los atentados sacuden las rutinas de la sociedad, elevan la temperatura de las emociones, obligan a ciertos rituales de duelo y luego, después de rendir un minuto de respeto a los caídos, cada vecino vuelve a sus quehaceres. A su vez, los gobernantes comprueban si la onda expansiva ha sacudido la poltrona en la que están sentados y de inmediato vuelven al  juego de tronos en el que estaban entretenidos y con el que parecen creer que justifican el sueldo. Podemos imaginar a ese muchacho alucinado, islamista español al que llaman Al Qurtubi, que fue brevemente famoso en los días siguientes del atentado porque amenazó a España en un vídeo, preguntándose incrédulamente qué demonios pasa en este país de infieles para que, en vez de temblar de miedo ante la espada de alá, sus gobernantes se hayan enfrascado en una gresca colegial del tipo yo no he sido, la culpa es tuya, y tú más, cuando llegué las cosas ya estaban así, hazlo si te atreves, etcétera. Al Qurtubi, hijo de Tomasa Pérez, que llegó en brazos de su madre a las arenas del desierto en busca de la luz y la verdad no puede comprender que la única guerra que está en desuso en estas latitudes es la de moros y cristianos. Los designios de la yihad solo consiguen poner en evidencia las costuras de una sociedad amenazada por el tribalismo de sus elites y la mediocridad de su clase política. Ocurrió hace trece años y ha vuelto a ocurrir ahora, como era previsible, lo que da noticia del estancamiento del país, que no es solo económico.