Otra palabreja nueva. El verano llena el vacío con la aparición de nuevos especimenes lingüísticos y el paseante se siente como el naturalista del Beagle en las islas Galápagos. En este caso la palabra que se revela en la selva del habla le concierne porque le devuelve su propio rostro. Charla de vejetes en la barra de un café; el palique les distrae hasta que uno de ellos repara en que no les han servido la consumición solicitada y la reclama. La camarera replica, pero si la tienen ahí. En efecto, las tazas están sobre la barra, a la espalda de los contertulios. ¿Quién tiene ojos en la nuca? Nadie, pero sí reflejos para girar la cabeza y mirar antes de protestar. El tono entre condescendiente y didáctico, sonrisa irónica mediante, que los contertulios reciben de la camarera es edadismo, una noción tomada del inglés, (ageism).que el diccionario rae aún no ha aceptado y que designa una discriminación lingüística en razón de la edad. Los viejos suelen creer que los más jóvenes los tratan como a niños pero en realidad los tratan como a viejos. El edadismo se distingue del infantilismo en que el primero esta desprovisto de la carga de esperanza que naturalmente tiene el lenguaje; el habla infantil se proyecta al futuro, la que se refere a los viejos se repliega en el pasado. Los viejos no quieren describir el mundo, ni entenderlo, ni menos mejorarlo, solo conjurar la posibilidad cierta de que se venga abajo y los cascotes caigan sobre sus cabezas. La dislocación de los objetos en el espacio –las tazas de café respecto a su posición como consumidores, por ejemplo- y el desorden del tiempo en la madeja de la memoria son pruebas del caos que les amenaza. El edadismo es una flor carnívora, o mejor dicho, una invasión arbustiva cuyo aroma tóxico fomenta la extrañeza del viejo en el jardín que le rodea. El naturalista se ha convertido en galápago. Nadie puede decir seriamente que nuestra sociedad margine a los viejos. En general, están bien atendidos y son queridos en su entorno (al menos, hasta antes de la crisis y los recortes a la asistencia social) pero el edadismo delata la fractura de esta visión idílica. El mundo se construye sin contar con su concurso y a menudo a sus espaldas, como las tazas de café, que, por cierto, ya han consumido. Es momento de levantar la tertulia. Por la acera pasa un grupito de adolescentes con sus pantalonetas mínimas y sus largas piernas virginales. La nostálgica mirada que le dedican los contertulios también es edadismo.
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