Crónicas agostadas 9

Uno de los rasgos más intrigantes de la memoria del pasado siglo es la escisión que se produce en el recuerdo entre los horrores que plagaron el periodo y el carácter caricaturesco de quienes los provocaron. Esta disonancia cognitiva se inicia en la primera guerra mundial, en la que encontramos la dificultad para cohonestar el espanto de sangre y barro de las trincheras con el cómico ir y venir de esos abuelitos de grandes bigotes que dirigían la carnicería, con sus bicornios emplumados, sus tintineantes sables al costado y el pecho esmaltado de medallas. El atuendo de pavo real se rebajó luego para ser sustituido en los líderes sangrientos por la uniformación a la vez democrática y militar, que no por eso perdió comicidad, como puso de relieve en fecha temprana Charles Chaplin en El gran dictador. ¿Ha habido alguien en la historia del siglo pasado más ridículo y caricaturizable que Hitler? O para decirlo en términos domésticos, ¿qué grado de alienación colectiva lleva a un país presuntamente civilizado a elevar al rango de caudillo a un cruel general bajito, tripón y con aguda voz de pito cuyo estereotipo ya había sido caricaturizado un cuarto de siglo atrás por Valle-Inclán en Tirano Banderas? Ni siquiera puede considerarse que ese enaltecimiento sea consecuencia del terror pues cuarenta años después de muerto sus restos permanecen honrados en un delirante mausoleo levantado por él mismo a su propia gloria, que la sociedad autocomplacida de su sistema democrático no se atreve a tocar, como si fuera la puerta del infierno.

Todo indica que esta esquizofrénica tradición política del siglo pasado continuará renovada en este. Ahora mismo, los dos líderes más grotescos del planeta están enzarzados en un intercambio gestual de amenazas que muy bien podría terminar en un entretenido holocausto nuclear. Ambos idolatrados mandatarios parecen fruto del lápiz de un dibujante de tebeos y no hay duda de que esa similitud es buscada por ellos mismos con toda deliberación. Simplemente, querrían ser the joker o lex luthor porque detrás de sus bravatas no hay más que el puro placer de ver destruido al otro. A las sociedades les gusta poner al frente a personajes menguados y contrahechos, no importa por qué sistema político se rijan. Hitler arrastró la frustración de ser solo un artista de brocha gorda hasta que las clases dirigentes de Alemania le dieron el mando del país; Franco no pudo soportar la humillación de ser rechazado en la marina, y la historia nos dirá qué taras impulsan el comportamiento de los dos personajes que ahora andan amenazándonos con bombas atómicas. Una hipótesis: Trump se acuesta cada noche sabiendo que carece de categoría para el cargo que ocupa, y Kim Jong Un se siente cercado y aburrido y quiere repetir la leyenda que sus cortesanos le cuentan de su abuelo. Si queda alguien vivo de esta, se partirá de risa cuando dentro de equis años vea en youtube los vídeos de estos dos personajes.