Crónicas agostadas 4

Parece que el deporte que nació en los húmedos pastos de la Europa septentrional se desplaza a golpe de talonario a la arenas del desierto arábigo y la lanzadera de esta operación son los muchachos de los suburbios de Río o Buenos Aires que tuvieron el fútbol como único patrimonio y lo convirtieron en un arte popular, tranformados ahora en migrantes de inalcanzable lujo. Es lo que nos está enseñando este verano el culebrón del traspaso de Neymar. Lo más interesante del fútbol es lo que tiene de novela policíaca: los sobornos, los maletines, las mordidas, las apuestas amañadas, el fraude fiscal, las mafias afincadas en las instituciones deportivas, los negocios cerrados en el palco presidencial, los juegos de poder, y por ahí seguido. Lo otro, lo que ocurre en la cancha, es obvio y consabido: once muchachos contra otros once, todos en calzones, correteando detrás de una pelota que han de encajar entre unos palos para aliviar el tedio y la desesperanza de un buen porcentaje de la humanidad. Los veintidós jugadores tienen en común que se creen dioses del olimpo y, en cuanto al resultado del partido, siempre gana el mismo equipo. Nada hay más estático que la clasificación de la liga y si por casualidad un club inesperado se encarama en las primeras posiciones es porque algún boyante negocio de otra índole está cercano, como ocurrió en los buenos tiempos de el dépor gallego. Neymar, el protagonista de este verano, es un personaje típico del escaparate: un chaval atlético, encantado de haberse conocido, corto de palabras y dopado por la atención que recibe de una legión de directivos, gestores, asesores, periodistas y vociferantes aficionados que le esperan a la puerta del hotel o cuando sale del entrenamiento al volante de su deportivo. Lo hemos visto en todos los telediarios y por aquí, poco de nuevo. Pero sigamos la pista del dinero. El club parisino que le ha fichado y para ello ha puesto los doscientos y pico millones de euros del rescate sobre la mesa pertenece a un fondo de inversión de Qatar, país donde con cuarenta grados a la sombra se celebrará el mundial de fútbol de 2022. De hecho, el equipo parisino lleva la misma publicidad de líneas aéreas árabes que llevaba la equipación del barça hace dos años. Aquí, en el país de los recortes a la sanidad y a la educación,  del aumento de la desigualdad, de las menguantes pensiones y del empleo precario, la compra del jugador se vive como una afrenta nacional -nacional española y nacional catalana, cada una en su dosis correspondiente- y ha disparado  las señales de alarma porque el fútbol es el último relumbrón que le queda a marcaespaña. Si no otra cosa, exportamos camisetas con los nombres de messi y de ronaldo hasta a los campamentos de refugiados, a los que no queremos en casa. ¿Qué va a pasar ahora, si los dueños de los petrodólares empiezan a birlarnos a las estrellas de fútbol? Esta reseca península no puede sobrevivir sin él y ahí han estado al quite los directivos de la liga española, que rechazan la multimillonaria oferta qatarí en nombre del fair play, lo que quiera que signifique eso a estas alturas que no sea argumento de pobre, y, en efecto,  de nada ha servido el quijotesco ademán porque en el libre mercado la autoridad está en quien tiene la pasta. Y, por último, está la guerra propiamente dicha: cinco países, los más poderosos de esta recalentada región del planeta que es oriente medio, han roto relaciones con Qatar, un país cuya magnitud física es inversamente proporcional a su riqueza, del que dicen que tiene relaciones con el terrorismo, acusación que parece un chiste viniendo de quien viene, y que ahora necesita mover sus peones para liberarse de la argolla que le han impuesto sus vecinos. El caso es que las ubérrimas finanzas qataríes tienen una participación muy relevante en el capital de empresas españolas del ibex35 por lo que nadie parece que pueda sentirse a salvo. Fútbol, muchísimo dinero, una alusión al terrorismo para darle mordiente, un lío político al fondo y un chico guapo y buen goleador en medio del guiso, como una rozagante cigala de esta paella del verano.