Hace unas semanas adquirí en una librería de lance de mi pueblo un atractivo librito que contiene una refundición de textos del Examen de ingenios de mi paisano de antaño Juan Huarte de San Juan. El tomito es un facsímil de una edición de 1917, debida a Federico Climent Terrer, un pedagogo, divulgador de fama en la época, precursor de los manuales de autoayuda y curioso indagador de toda  clase de sabidurías, sin excluir típicamente la teosofía y las filosofías orientales. El librito conserva en la página de respeto la etiqueta de la extinta librería El Parnasillo y visiblemente no ha sido leído nunca porque su frágil encuadernación en tapa blanda está intacta. ¿Qué lleva a un distraído a leer a un humanista del barroco? Hoy es domingo, estamos en verano y las calles y la cabeza están vacías, así que abro el volumna al azar, como si estuviera navegando por internet, página 137:

A mi entender es que los viejos tienen mucho entendimiento porque tienen mucha sequedad, y son faltos de memoria porque tienen poca humedad, por lo que se endurece la substancia del cerebro, y no puede recibir la impresión de las figuras, como la cera dura admite con dificultad la figura del sello, y la blanda con facilidad. Al revés acontece en los muchachos, que por mucha humedad que tienen en el cerebro son faltos de entendimiento, y muy memoriosos porque las imágenes se asientan profunda y fielmente en el cerebro”, escribe Huarte de San Juan.

Ningún estudiante de ciencias aprobaría un examen con una hipótesis así formulada pero es imposible sustraerse a su encanto, casi poético. La relación entre juventud y vejez/memoria y entendimiento es fruto de una observación empírica notable, si bien la atribución causal de este fenómeno a la humedad o sequedad del cerebro es muy improbable si no arbitraria. La ciencia no solo depende de la correcta observación y medición de los fenómenos de la naturaleza sino de que encuentre un lenguaje apropiado para formular sus tesis. Esto es evidente con la ciencia moderna, desde la teoría de la relatividad en adelante, que no puede ser conocida por el común sino a través de metáforas adaptadas a su experiencia lingüística. Estamos prisioneros del desconocimiento y del lenguaje que lo expresa. Pero dejémonos de abstracciones. Lo que ha llamado la atención del lector en las reflexiones de psicología natural -¿cómo llamarlo?- de Huarte de San Juan es saberse en la zona seca de la naturaleza, donde la memoria ha dejado de ingresar datos y empieza a perder a chorro los acumulados en su época húmeda. Sin embargo, el eximio humanista navarro se equivoca (porque no sabía que la memoria no es un almacén estanco sino una función operativa, lo cual sabemos desde la irrupción cibernética) al situar el entendimiento y la memoria como términos antitéticos y no correlativos, como son. Si la memoria falla, el entendimiento también mengua. El mito de la experiencia es eso, un mito. El aluvión de datos nuevos de la realidad no reverdece el cerebro de los viejos, al contrario que la lluvia sobre la tierra. En esta parte de la naturaleza, cuando llueve, solo nos mojamos y lo que dicta el instinto es abrir el paraguas.