Messi se va. Messi no renueva. Messi nos deja. Semanas arrodillados a la espera del prodigio y el santo no aparece en lo alto de la colina. Sorpresa, estupor, desconcierto, dolor. Ira. Los sentimientos se agitan y se enroscan y forman un torbellino de alcance inimaginable. El buen pueblo se queda sin su dosis de opio. Mandanga de primera, sin cortar, un chute que te lleva al cielo. La Liga, que no en vano tiene ese nombre porque es el armatoste que cohesiona al país (Manuel Vázquez Montalbán dixit), parece que se diluyera, perdiera sustancia, se volviera líquida (Zygmunt Bauman dixit). Recurro a teólogos de autoridad incuestionable como en la infancia recurríamos al misalito regina, porque no consigo descifrar el misterio. El funcionamiento del fútbol profesional  es un arcano que deja el mundo de los muertos del antiguo Egipto o a la iglesia vaticana en la actualidad al nivel de un videojuego para adolescentes retrasados. ¿Qué ha ocurrido entre Messi y Laporta? ¿Qué, entre el dios y el sumo sacerdote? Arde Canadá, se licua Siberia, gana las elecciones madrileñas doña Ayuso, ¿son señales de lo que nos espera?, ¿deberíamos lapidar a Laporta?, ¿o derruir la estatua de Messi?

No perdamos los estribos. Volvamos al pensamiento científico, ah, pero eso es más fácil decirlo que hacerlo. La primera dificultad es meramente aritmética. La imaginación del común no es capaz de contar los millones y millones de euros que forman la materia oscura de este negocio, ni de discernir su órbita, ni de apreciar los agujeros negros que provoca, invisibles incluso para los inspectores de hacienda, aunque con una fuerza gravitacional cuyo efecto sentimos bajo nuestro pies, así que, desalentados por nuestra impotencia, volvemos al pensamiento mágico. Los antiguos griegos veían una cabra, le ponían la cara de su vecino y habían inventado el Minotauro, y quien dice la cabra dice el efebo con el que se cruzaban todos los días cuando iban a comprar el pan al que empezaron a llamar Apolo o Hermes, y hasta ahora. Los más astutos de entre nosotros ven en un barrizal a un chico domando una pelota con los pies e inventan una deidad cuya camiseta votiva llevarán hasta los niños de un ignoto campo de refugiados somalí; estos chicos morirán pobres y pronto, de hambre, por una bala perdida o en una patera en el Mediterráneo, y se irán al otro mundo con el sudario de Messi. ¿No es un milagro?

Y una última pregunta al borde del abismo de la desesperación: ¿fichará Mbappé por el Madrid? Don Florentino nos pide, a través de su heraldo Pedrerol, que estemos tranquilos pero ¿cómo estarlo? Ah, qué verano horribilis, creo que voy a cortarme las venas, preventivamente.

P.S, tres horas depués. Pedrerol ya se ha cortado las suyas. Esto promete.