El grito marxista-grouchista para mantener abastecida la caldera de la locomotora que, cuando llegue a destino, habrá consumido en astillas el convoy que arrastraba, bien podría aplicarse a nuestro animoso compatriota don Borrell con solo sustituir la madera por armas y la astracanada de los Hermanos Marx por la guerra de Ucrania. Menos aplausos y más armas, hay que hacer más y más rápidamente, ha predicado el alto comisionado para asuntos exteriores de la unioneuropea. Una locomotora sin combustible se detiene y una guerra sin armas también, así que ¡más madera!

Los mapas de la guerra, como las vísceras de las aves que examinan los augures, parecen indicar un giro favorable para Ucrania y una ventolera de ardor guerrero inspira a los representantes europeos ante la perspectiva de la casi segura victoria de los nuestros en la cercana primavera. ¡Más madera! Rusia dispara cada día el equivalente a la producción mensual europea de munición, así que ya vamos tarde. Don Borrell nos alecciona sobre los ucranianos que están faltos de municiones pero no de motivación -¡solo faltaba que se rajasen, con lo que estamos haciendo por ellos!- y señala que los tanques que les enviamos son chatarra que acumula polvo en los hangares y habrá que fabricar otros más modernos. La industria armamentística se lamenta de que no puede poner en marcha la cadena por falta de pedidos. Los países en la linde de la guerra –Suecia, Estonia, Polonia, etcétera- están con don Borrell y ya han preparado el medallero para el día de la victoria: Ucrania entrará de inmediato en la unioneuropea y en la otan por méritos de guerra. ¿Quién iba a decirnos a los güevones europeos de nuestra generación que organizaciones que fueron creadas para la paz y andaban lánguidas y torponas en la situación sobrevenida tras la caída del muro de Berlín habrían de cohesionarse y fortalecerse en una nueva guerra? La línea del frente se desplaza al este, del Elba al Dniéper, pero la guerra insomne continúa.

En el bando pacifista las voces son pocas y débiles, y, para decirlo todo, poco convincentes. Dos ex militares europeos de alto rango se manifiestan contrarios a la guerra de Ucrania: el alemán Harald Kujat, ex presidente del comité militar de la otan, y el español Julio Rodríguez, ex jefe del estado mayor de la defensa, sostienen la posibilidad de detener la guerra mediante negociaciones y la necesidad de hacerlo. Los argumentos que aportan son meramente tentativos y, tratándose de militares y en el contexto que nos anuncia don Borrell, sus opiniones son cercanas al delito de traición. Las guerras son siempre fruto de decisiones concretas de pocas personas pero, una vez en marcha, muestran una dinámica imparable hasta que los contendientes y los recursos puestos en ellas dan señales de fatiga irreparable y llega un armisticio en el que inevitablemente un bando aparece como ganador y otro como perdedor.

La guerra tiene un carácter fatídico, en la doble acepción de inevitable y aterradora. Los españoles deberíamos saberlo mejor que nadie porque nuestra guerra civil fue el efecto de la resistencia del gobierno legítimo y de buena parte de la población a lo que hoy llamaríamos una operación militar especial de un grupo de generales golpistas, es decir, un golpe de estado como el que se propuso perpetrar Vladimir Putin ahora hace un año en Ucrania para encontrarse con la resistencia del gobierno legal y de la población ucraniana. Un año después, ni Putin ha alcanzado los objetivos que se había propuesto al desencadenar la invasión ni Volodymyr Zelenski tiene ninguna garantía de paz y seguridad si decidiera deponer su resistencia. Entretanto, claro está, se pierden vidas, de eso trata la guerra, y se consumen armas y municiones que hacen el agosto de los fabricantes. Argumentar contra la guerra en base a los beneficios de la industria armamentística es como deplorar una campaña de salud bucocental porque va a enriquecer a los fabricantes de dentífricos.