Holy Spider, del cineasta Ali Abassi (2022), aún en cartelera, es un thriller en el que el asesino es dios, que no solo inspira e impulsa las acciones del ejecutor de los asesinatos en serie sino que envuelve a todos los partícipes de la trama en una complaciente ceguera que bloquea la investigación policial y confunde el ejercicio de la justicia, cómplices por omisión de los crímenes. Las víctimas son mujeres pobres empujadas a la prostitución y la historia la desvela una periodista, también acosada por las autoridades y despreciada cuando hace su trabajo. El estilo de Abassi es rudo y carece de la sutileza a que nos tiene acostumbrados el refinado y a menudo abstraído cine iraní, pero es eficaz y desasosegante. El espectador no puede evitar la irritación que le invade cada vez que los personajes femeninos se ajustan el torturante chador sobre la cabeza cuando están frente a un hombre. Este gesto instintivo y dictado por el miedo recuerda la muerte de Masha Amini bajo custodia de la orwelliana policía de costumbres y la sangrienta represión del régimen de Teherán contra las protestas que desencadenó el pasado otoño este crimen en el que el chador era la prueba de cargo.

Este espectador debe al escritor angloindio V.S. Naipaul la revelación de lo que significa  un régimen islámico. Hace ahora veinte años se publicó en España su libro de viajes Al límite de la fe en el que el autor recorre cuatro países no árabes que tienen en común el hecho de que fueron islamizados por conquista -Indonesia, Irán, Pakistán y Malaisia- y en los que, mediante entrevistas y observaciones personales, describe unas sociedades marcadas por la ruptura, la desgracia y la neurosis, justamente el escenario que describe Abassi en su película. Naipaul insiste en que los países que recorre padecen el peor de los sometimientos, el del Islam, que significa sumisión, y la resume en afirmaciones como  el Islam es el imperalismo más inflexible que se pueda imaginar (pags. 98-99) y el converso olvida quién es o qué es y se convierte en el violador (pag. 352). Estas sentencias de Naipaul también estaban presentes en la conciencia del espectador mientras desfilaban ante sus ojos las imágenes de Holy Spider.

La exhibición de la película ha coincidido en el tiempo con el asesinato en Algeciras de un sacristán de parroquia a manos de un desgraciado poseído por la misma fe que el asesino descrito por Abassi. El islamismo está en la agenda de seguridad de los países occidentales desde mucho antes de que se publicara el libro de Naipaul por causa de los movimientos migratorios desde el sur musulmán y la amenaza latente del terrorismo yihadista. La derecha ha situado esta cuestión en el centro de su programa político. Después del homicidio de Algeciras, la derechita valiente ha acusado directamente al gobierno de lo sucedido y la derechita cobarde lo ha subrayado con una sandez a voleo. La afirmación de don Feijóo es falsa si recordamos la matanza de Christchurch.  Siempre que el dios del libro está por medio y se hace notar, hay peligro.

El documentado alegato de Naipaul (570 páginas) presenta dos fisuras. Una, por qué no se produce el mismo malestar en sociedades conquistadas donde fue impuesta la religión cristiana, y dos, por qué el malestar de los países islámicos se traduce en más islamismo y no en menos. La primera cuestión se responde comprobando que sigue habiendo una fuerte simbiosis entre dios y violencia, también  entre los cristianos, como lo prueba el rearme de la sociedad norteamericana y el auge correlativo de los fundamentalistas evangélicos. Nuestra derecha debe saberlo bien porque milita en partidos herederos del fundamentalismo católico de la dictadura, cuando los países islámicos vecinos eran oasis de tolerancia.

La segunda cuestión exige una respuesta más meditada pero podría adelantarse que no se resolverá bombardeando países que no nos gustan, como Irak o Afganistán, ni dando coba a las teocracias del petróleo. El infeliz que ha asesinado al sacristán de Algeciras comparte la fe, y el mismo fervor, con los jeques a los que hemos vendido el campeonato mundial y la supercopa española de fútbol. Habría que examinar quién gana y quién pierde en este intercambio comercial por el que nadie protesta: nosotros les exportamos armas, entretenimiento, publicidad y legitimación internacional y ellos nos venden petróleo, amenazas terroristas y comisiones para las cuentas opacas del rey emérito. De este cambalache no podemos hacer responsable a dios.