Parece que habremos de aceptar un patrón de conducta en las sociedades regidas por democracias constitucionales.  Si la derecha dominante –extrema, alternativa o como quiera llamarse- pierde las elecciones, se desencadena un doble movimiento en pinza: la denuncia del procedimiento electoral por parte de las terminales mediáticas afines y el asalto vandálico a las sedes del parlamento y del gobierno a cargo de los sans-coulottes de la tribu, el equivalente post moderno a las bandas fascistas de la cachiporra de un siglo atrás. Este es el sueño húmedo de los líderes del movimiento, pero, visto en crudo en la tele, es muy embarazoso para sus intereses inmediatos, ya que han de conservar una posición institucional si quieren tener futuro político, así que, en la medida que pueden, se escaquean de la responsabilidad sin condenar por eso la intentona. Es lo que ha hecho Bolsonaro ahora y lo que hizo Trump dos años atrás.

En Europa las cosas se ofrecen más matizadas. La unioneuropea, que parece el último baluarte de las democracias tal como se constituyeron después de la segunda guerra mundial, ha condenado de inmediato y sin equívocos los sucesos de Brasilia, pero en los escalones inferiores de esta superestructura institucional, no todo ha sido tan obvio. En España, el pepé se ha pensado despacio lo que tenía que decir y, a la postre, ha concluido que el responsable de lo ocurrido en Brasilia es don Sánchez.  Contigo, en España esto ahora es un simple desorden público…, ha tuiteado la crispada doña Cuca. A su turno, don Feijóo se ha manifestado en lengua marianista: Manifestamos nuestro apoyo al pueblo brasileño y hacemos un llamamiento al inmediato restablecimiento del orden constitucional. No se puede ceder ante los populismos y la radicalidad, que intentan socavar el respeto a las instituciones, la democracia y las libertades públicas. Seguro que el pueblo brasileño se ha quedado boquiabierto ante esta muestra de solidaridad. La ciudadana doña Arrimadas, enfrascada estos días en la renovación de su partido, ha graduado su discurso, primero, leña a don Sánchez por atacar a la democracia, luego condena a lo ocurrido en Brasil: la democracia nunca está garantizada. Por eso es tan importante protegerla de sus enemigos con una legislación a la altura, que castigue duramente a sediciosos golpistas. Nuestra rotunda condena al asalto a las instituciones en Brasil. Vox, a su turno, ha reaccionado ante los hechos con un aquiescente silencio.

¿Podemos imaginar que ocurriría si este conglomerado perdiera las elecciones generales? Después de todo, ya tienen adelantado que el actual gobierno español es ilegítimo, como dicen los bolsonaristas que es  Lula y los trumpistas que es  Biden. Pero es pronto para las conjeturas. Está por ver que la derecha no gane las elecciones. Al parecer, el guirigay institucional del mes pasado ha favorecido las expectativas del pepé. La ocurrencia gubernamental de meter en un mismo paquete la reforma del tribunal constitucional y las modificaciones del código penal referidas a la sedición y malversación le ha costado un pellizco de credibilidad al gobierno.

Para entender lo que ocurre, quizá deberíamos  asumir que la parte más conservadora de la sociedad, que puede sumar más de la mitad del censo, está atravesada por el miedo. Pasan demasiadas cosas, demasiado nuevas y demasiado rápido, y todas se interpretan como una amenaza a su estatus, no solo económico sino también cultural. La gran derecha está agarrotada, como lo prueba el hecho de que no hayan podido encontrar un líder que no parezca una momia como don Feijóo. En el extremo de este espacio de opinión acampa una derecha que ha hecho del negacionismo su eje ideológico y de la destrucción institucional su programa político. El negacionismo se extiende desde la eficacia de las vacunas  y la redondez de la Tierra hasta la legitimidad de las elecciones y del parlamento. Los más idiotas piden a los marcianos que se lleven a Lula, y los más listos, porque tienen más que ganar, aprovechan su voto en la cámara de representantes de Estados Unidos para corroer el sentido de la democracia y el valor de las mayorías. Cuando estos dos bloques –la derechita cobarde y la derechita valiente- se encuentran se produce una deflagración que nos puede llevar a todos por delante. De momento, está abierto al público un experimento controlado en la comunidad de Castilla y León, donde el presidente regional, don Mañueco, es tan rehén del voxiano don Gallardo como míster McCarthy lo es de míster Gaetz y su tropilla de trumpistas. En Madrid, corte de las maravillas, cobardes y valientes han conseguido una síntesis feliz en doña Ayuso.