La señora Truss, la efímera, es lo más parecido a un tonycantó que pueda encontrarse en el Reino Unido. La británica y el celtíbero padecen una desapacible mezcla de acatisia y narcisismo. Lo primero es una suerte de inquietud que les impide permanecer en una posición (política, en este caso) fija y reconocible, a lo que se acompaña una necesidad imperiosa de estar siempre en el candelero. En resumen, padecen las enfermedades típicas de nuestro tiempo. Mistress Truss inició su carrera política en la izquierda laborista, se opuso al brexit, luego se sumó a los vencedores y por este camino y con estas credenciales compitió y ganó el puesto de primera ministra conservadora. En ese momento se miró al espejo y se dijo, soy Margaret Thatcher, hala, a poner el país patas arriba.

La pregunta es ¿cómo lo consiguió a plena luz del día y sin que ninguno de los empavonados leones tories que la alzaron en el pavés advirtiera que la rubita era un camelo? Pues por el mismo procedimiento que un sinvergüenza como don Tony Cantó llegó a encaramarse en un cargo dizque dedicado a la promoción y defensa de un idioma que hablan quinientos millones de individuos en todo el planeta, los más al otro lado del océano, a siete mil kilómetros de la jurisdicción administrativa del empleado. Claro que no es lo mismo ser primera ministra del Reino Unido que director de la oficina del español en Madrid. El primero es uno de los puestos más graves del mundo; el segundo es una insolente chorrada ayusiana a cargo del contribuyente. Pero cada uno hace lo que puede, según sus circunstancias y capacidades.

Hablan de la desafección de la gente hacia la política. Se habla menos de la desafección de los políticos hacia la realidad. Todos improvisamos, los votantes y los votados. Un primer ministro o ministra electo no significa que sea el mejor, ni siquiera el más deseado, sino el que parece más a mano para quitarnos de encima el engorro del voto. ¿Quién puede creer que una gritona disparatada como doña Meloni pueda ser una buena primera ministra? Sus aliados, desde luego, no. Pero ahí está, y a lo mejor tiene potra. Entre la virtù y la fortuna, elegimos la segunda, como los toreros, y que dios reparta suerte. La elección democrática de los gobernantes empieza a ser un engorro al que el buen pueblo acude arrastrando los pies. El partido mayoritario es el de la abstención.

Doña Truss ha sido devorada por el godzilla de este tiempo, el mercado, al que jaleó en sede parlamentaria el mejor ministro de hacienda de nuestra democracia antes de entrar en la cárcel por ese delito. Es el mercado, amiga. ¿Cómo iba a pensar la pequeña Thatcher que bajar los impuestos sin recortar el gasto público aumenta la deuda y debilita la moneda?, ¿cómo imaginar que lo que quieren los votantes ricos no es necesariamente lo que necesita el mercado que gobiernan otros más ricos que los que votan?  It’s very difficult todo esto, como dijo el otro. Don Rajoy es probablemente el último tonto que gobernó sin parecerlo a primera vista. Desde entonces, las circunstancias han perdido la paciencia y no perdonan ni una. Don Sánchez ha aprendido la lección y gobierna a golpe de circunstancia: decisiones rápidas y una táctica móvil. La liga se gana partido a partido y el partido, jugada a jugada, un trazo en la pizarra del entrenador que se ejecuta en el acto y no sirve para el momento posterior. Don Sánchez pilota la nave en un mar imprevisible y plagado de asechanzas, y, como aquel otro Odiseo, improvisa todo el tiempo, y quizá también le favorezca la fortuna.

P.S. Al desastre trussiano puede sucederle la juerga johnsoniana. Lo importante es que no decaiga el espectáculo.