La guerra de Putin es el lema adoptado en el argumentario del gobierno español, y de otras instituciones occidentales, de la Casa Blanca para abajo, para identificar la agresión a Ucrania. La fórmula conecta con el tópico literario de el rey loco y no solo achica el foco sobre una situación atroz sino que es propicia a la caricatura (la materia prima de las redes sociales) y fértil en metáforas tranquilizadoras. Si el rey está loco, su reino está al borde del desplome, o él mismo será pronto objeto de un golpe de estado que cambiará las cosas, etcétera. En estos días se ha llegado a debatir en tertulias televisivas las probabilidades y virtualidades de un magnicidio, como si cualquiera de los tertulianos tuviera en la agenda del móvil el teléfono de un sicario que podría hacer ese trabajo.

Las mayestáticas apariciones de don Putin en las piezas televisivas de su propia propaganda empujan al espectador a identificarlo como un supervillano de tebeo del que sabemos que tiene poderes extraordinarios que excitan nuestros miedos pero también el deseo de enfrentarse a él y derrotarlo. En la sopa de opiniones sobre Ucrania, plato único del menú informativo de estas semanas, menudean las incitaciones a la intervención directa de la otan.

Todo villano necesita una biografía y, poco a poco, entre unos y otros, como en la wikipedia, empezamos a componer una que valdría para cualquier capo de cualquier mafia: carácter introvertido y vengativo de niño criado en la pobreza, que ingresa en una banda de matones (kagebé), se acerca al poder político para practicar extorsiones y controlar a otros extorsionadores, emplea una brutalidad implacable contra descontentos y disidentes, y por último, está convencido de que su mundo es el mejor los mundos posibles, porque lo ha hecho él, y  exige el respeto de los demás. Si este retrato a mano alzada es correcto, Ucrania es una charcutería del Bronx cuyo dueño se niega a pagar la extorsión que le exige la banda del barrio y la tercera guerra mundial será una versión exagerada y pirotécnica de Elliot Ness contra Al Capone.

Esta caricatura deja, al menos, tres cuestiones sin respuesta. Una, la liquidación del capo no significa el final de la mafia. Esta se recrea y medra en cada nueva situación. La economía política de Putin ha tenido, y tiene, muchos seguidores en su país y muchos socios en el mundo globalizado, y no solo los que le compran gas. Habría que preguntarse, por ejemplo, qué hacía respetable en los puertos españoles y europeos la presencia de los grandes yates y otras muestras de ostentación de los oligarcas rusos a sabiendas de que la riqueza exhibida procede del saqueo de los recursos de su país. Segunda cuestión, por qué Rusia es el único país del extinto bloque soviético (del que era la matriz) que en tres décadas no ha conseguido poner en pie un sistema democrático y ha vuelto al régimen despótico que parece ser su rasgo genético dominante. Y por último, tres, qué creemos que será Rusia cuando acabe la guerra de Ucrania y cómo interactuará con la galaxia de países que se abstuvieron de condenar la agresión a Ucrania en las nacionesunidas y que representan a la mitad de la humanidad.