Daria Kovalenko, una joven nacida en Ucrania, recibe el carné de identidad español tras los trámites legales pertinentes que incluyen la renuncia a su nacionalidad de origen porque España y Ucrania no tienen convenio de reciprocidad y ambas nacionalidades son incompatibles. La extrañeza por la nueva situación alcanza a su nombre. De acuerdo con la legalidad española, los funcionarios han añadido un segundo apellido a su documentación, Petrova, el de soltera de su madre, que la joven apenas reconoce porque nunca lo ha usado. Daria experimenta una mutación que parece trivial, un mero trámite en el registro civil, pero que transforma su lugar en el mundo y la obliga a reconstruirse a sí misma en el quicio entre dos patrias, dos culturas, dos memorias. Esta es la materia del relato que se nos cuenta en Desencajada, la novela de Margaryta Yakovenko, de la que Daria parece el alter ego.

Apenas adquirida la nueva nacionalidad, Daria experimenta el desplome de los referentes del país de acogida, en el que ha cursado estudios con brillantez, vive con normalidad una relación afectiva y ha iniciado una exitosa carrera profesional. En ese momento, sin embargo, estas circunstancias  se le representan como una dolorosa impostura y se desvanecen como un espejismo, rompe los lazos creados durante la mayor parte de su vida y emprende el viaje de vuelta a la ciudad donde nació, a orillas del mar de Azov, en la que se alojará en el destartalado piso de su infancia. La vivienda conserva en paredes y suelos los signos de penuria que empujaron a sus padres a la emigración. Las calles son un escenario vacío en el que los rostros y las voces que le dieron su primera identidad se han ausentado para siempre y en el cementerio se pierde en la búsqueda de las tumbas de sus abuelos, que no encuentra.

Daria se ve a sí misma como un Ulises truncado, despojado del final feliz que atribuimos a la Odisea: ‘Nadie te dice que Ulises ya no sabe volver a casa porque ya no existe ningún lugar en el mundo que pueda sentir como casa. La verdadera condena de Ulises es la errancia porque él ya no sabe cómo vivir en tierra firme‘. La joven abandona el piso de sus padres, se deshace de las llaves y emprende viaje de nuevo pero en el aeropuerto de partida advierte que no ha adquirido billete lo que le provoca un asertivo sentimiento de identidad recuperada: ‘Estoy en el aeropuerto decidiendo cuál es mi próximo destino. Nadie me despide. Nadie me espera. Para los exiliados, emigrados y peregrinos, la patria siempre será el camino’.

Las ficciones deben contar historias interesantes y probablemente no hay en este momento nada más digno de interés que la migración. La peripecia de los migrantes está transformando el occidente europeo y poniendo a prueba a sus sociedades acomodaticias y ensimismadas. Sin duda, la migración va a ser una fuente de buena literatura y la novela de Yakovenko diríase que es una prometedora y muy apreciable avanzadilla. La prosa clara, directa, inquisitiva conduce al lector por el laberinto emocional de una joven que podría ser su vecina o su compañera de trabajo y que arrastra tras de sí, como Ulises, la experiencia de toda la humanidad.

(Margaryta Yakovenko presenta su novela Desencajada (ed. Caballo de Troya) este lunes, 25 de octubre, en la Biblioteca de Navarra).