La vergonzosa, y en último extremo previsible retirada del ejército estadounidense y sus aliados, entre ellos España, de Kabul para dejar Afganistán en manos de los talibanes encuentra a este veraneante enfrascado en la lectura de El vuelo de los buitres, una crónica de Jorge Martínez Reverte extraordinariamente documentada e intrigante sobre el llamado desastre de Annual del que el pasado 22 de julio se cumplió el centenario. En aquella ocasión, el ejército colonial español sufrió una memorable derrota ante una agrupación de tribus o cabilas del Rif, en la desértica región noriental de Marruecos. En los primeros dos meses del verano de 1921, más de diez mil soldados españoles perdieron la vida en una operación político-militar en la que se combinaron con eficacia la codicia y la estupidez.

Para resumir los efectos posteriores que aquella derrota tuvo en la historia puede decirse que abrió paso a la dictadura de Primo de Rivera, la posterior caída de la monarquía, la proclamación de la república y, cerrando el bucle, la destrucción de esta a manos de los militares africanistas a los que había derrotado el caudillo rifeño Abd el-Krim. Annual fue el golpe histórico a un país que se soñaba como un imperio cuando ni siquiera era una nación decente. Quién sabe si la caída de Kabul no encerrará un mensaje análogo para los estadounidenses; después de todo, ya han tenido un precedente del 18 de julio cuando las bestezuelas locales ocuparon el capitolio.

La crónica de Annual y lo que sabemos, poco, de la ocupación de Afganistán por Estados Unidos y sus aliados guardan algunas inquietantes similitudes. La primera, y más obvia, es que ambas misiones civilizatorias han terminado con la desbandada de los civilizadores. En los dos casos se trata de ejércitos de ocupación técnicamente muy avanzados frente al adversario pero insuficientes para dominar el terreno o para empatizar con la población, aquejados por ende de falta de objetivos y sometidos a estrategias titubeantes, lo que hace que la tropa allí destacada se pregunte qué demonios hacemos en este secarral donde todos quieren vernos muertos. Cuando eso ocurre, y ocurre pronto, el invasor ya está derrotado.

Una segunda coincidencia es la corrupción como método del ocupante para ganar la colaboración de las élites locales, lo que las hace frágiles y odiosas al mismo tiempo ante su pueblo. Abd el-Krim fue un conspicuo y aventajado partidario de los españoles hasta que su percepción política le llevó a cambiar de bando y no dudó en castigar severamente a quienes de entre los suyos no se sumaban a la rebelión. Este sería el tercer rasgo coincidente en el Rif y en Kabul: ay de quienes por conveniencia o convicción han colaborado con el ocupante.

Por último, pero no en orden de importancia, en ambos casos se trata de una guerra santa, una yihad. Rifeños y talibanes ven en el adversario el arrumi, el infiel. El islam es el único código de señales que cohesiona a estos grupos fragmentados, encerrados en linajes y fueros domésticos muy diversos, a menudo enfrentados entre sí por el agua de un pozo o la hierba de un campo. Es el ocupante infiel, que no sabe nada de este vibrante tejido social, el que le otorga una identidad compartida y una energía belicosa. Los soldados españoles sentían un miedo cerval al moro, al que imaginaban con la gumía bajo la chilaba, listo para rebanarles la garganta; a su vez, los moros temían a los aviones y a la artillería de los infieles, que destruían los aduares y zocos, y mataban a las mujeres y a los niños. No parece que esta relación cultural haya cambiado mucho en un siglo.

Y una pregunta: ¿Enseñan la historia del protectorado de Marruecos en la academia militar de Zaragoza? Y si es así, ¿por qué fuimos a Afganistán?, ¿porque don Aznar hablaba tejano?