Doña Rosita la Abanderada no quiere moscones ni cuñados el día de sus esponsales con el pueblo español. Irritada, con toda razón, por los cotillas del reino que no paran de hablar de la foto de Colón, olvidando arteramente quién ha organizado y para qué el fastuoso evento, ha decidido que los políticos estén en segunda o tercera fila, anegados por una vez en el magma sudoroso del buen pueblo y no en la posición prominente a la que están tan mal acostumbrados. Mañana en la madrileña plaza de Colón -el stonehenge de los ritos tribales de la derecha española- se va a celebrar, bajo la apariencia de una protesta contra el indulto a los separatistas y golpista catalanes, un acto místico, una fusión de la nación española (la de verdad, ya me entienden) bajo la advocación –la palabra liderazgo es demasiado pobre e imprecisa- de doña Rosita. Es verdad que, si se miran los resultados electorales, podría decirse que a doña Rosita no la quiere nadie, pero es porque ella está en un plano superior o más profundo de comunión con la nación, donde la aritmética y las estadísticas que rigen las elecciones, ese despreciable invento moderno, no sirven de nada. ¿Han oído el término líder carismático?

Y he aquí que un insignificante puñadito de oportunistas sin más patrimonio ni crédito que los votos que han recibido de la ciudadanía pretenden convertir el evento místico en una mezquina pugna por la foto, como si fuera una celebración de quintos o de ex alumnos de los jesuitas. ¿Qué creen que hubieran conseguido los abascales, casados, arrimadas y compañía, para no mencionar a ese avispón de doña Ayuso, por sus propios medios de no estar bajo el estandarte de doña Rosita? Ya se está viendo con la recogida de firmas. Una cosa es echar la mañana en la plaza de Colón y otra muy distinta entregar tu firma y tu deeneí para una causa que administrará un partido atornillado al banquillo de la corrupción. No, no es hora de firmas ni de votos, y doña Rosita, con esa visión que solo tienen los seres providenciales lo ha entendido. Es hora de asaltar el capitolio y, entretanto llega ese momento, nos entrenamos ocupando la plaza de Colón.

Cierto que también puede interpretarse la situación bajo el prisma de la transacción política, de la politiquería, como decimos los puros de corazón. Doña Rosita favorece con su gesto a los amigos del pepé, que preferirían estar en la plaza de Colón de incógnito, haciendo bulto pero sin que se note demasiado. Los barones provinciales del partido ya se han escaqueado, algunos muy ostentosamente. Don Feijóo, el más conspicuo, se ha acogido a sagrado y ha ido a arrodillarse ante el papa de Roma. La manifestación de Madrid es una ocurrencia típicamente voxiana porque hoy la derecha no puede imaginarse a sí misma de ninguna manera que no sea como un avatar de vox. El pepé lo sabe y su estrategia consiste en absorber las esencias voxianas por lo bajinis, sin que resulte muy obvio. Estampados en la misma foto don Abascal y don Casado siempre hay votantes que se lo piensan y prefieren la derecha granítica a la derechita cobarde. Los voxianos son para el pepé un anhelo y una carga. La derecha ha frotado tanto y con tanto ahínco la lámpara maravillosa que el genio ha escapado y corretea por ahí haciéndole sombra. Doña Rosita lo sabe, y también sabe que si ha de recibir alguna mamandurria en agradecimiento por los servicios prestados a la patria esta vendrá del pepé. La mística y los negocios no tienen por qué ser necesariamente contradictorios.