El móvil es el espejo de la reina de Blancanieves. A todas horas el usuario le pregunta, ¿quién es el más guapo o guapa de la fiesta? ¿Y qué quieren que responda un dispositivo creado para masajear el ego? El abuso de este artefacto constituye la especie de narcisismo tecnológico que caracteriza a las sociedades de ahora mismo. Los individuos lo llevan consigo, acarician sin tregua su fina pantalla deslizante, escrutan sus mensajes con ansiedad, responden a ellos con precipitación, y confiesan las pulsiones más íntimas a esta cuadrícula negra y centelleante donde habita la ninfa Eco. Nadie como el smartphone nos ve tan desnudos. Nada es tan engañoso como ese aparato al que entregamos nuestras confidencias, en el que evacuamos anhelos y vilezas, que luego se arrastran por las marismas que llamamos redes sociales. El móvil encuentra sus presas favoritas en adolescentes, artistas alternativos  y políticos (los primeros terminan ante el juez y los últimos no cesan de disculparse por las impremeditadas chorradas que segregan en las redes), pero el mecanismo también caza en ocasiones una presa mayor.

Esta vez ha sido nada menos que un científico de campanillas, académico y director de un llamado instituto de nanociencia y nanotecnología quien ha sido presa de la hybris del espejo mágico y se ha desmelenado contra un político al que se ha referido con un lenguaje brutal e injurioso. La mensajería digital obvia reglas de ortografía, precisiones semánticas y cautelas morales que constituyen el lenguaje culto, ya sea científico, literario o meramente cívico, para mostrar al emisor en el grado cero de la civilización. Si la reiterada zafiedad de este profesor universitario es un índice del grado de alienación en el que ha caído la sociedad catalana por mor del prusés, estamos aviados. Si un académico es capaz de poner en juego su carrera por dar rienda suelta a una fobia –no  se sabe si política o de otra índole porque el exabrupto es polisémico– y convertirse en un matón digital, quiere decir que estamos un poco más cerca de la jungla.

Pero aún hay un detalle significativo en esta historia. La reina celosa se maquillaba cuidadosamente para comparecer ante el espejo. Ni la más descarnada sinceridad está exenta de fingimiento y ni siquiera ante el smartphone podemos evitar cierto grado de impostura, cierto aderezo de la identidad, ese frágil esmalte. El profesor injurioso comparecía ante el público como Borrell y es un simple Hernández, y también ha pedido disculpas por la metedura de pata. Narciso cae a la laguna.