Un canal generalista de televisión ha puesto en antena una serie ambientada en la segunda guerra de Marruecos. La historia tiene un cariz romancesco y está  interpretada por un plantel de  jóvenes actores y actrices, guapos y atildados, que acercan el formato narrativo a un culebrón. La guerra del Rif y el llamado desastre de Annual, que es el marco del relato, constituyen hitos determinantes de la historia de España en el siglo veinte, pero no es previsible que la serie tenga el impacto que tuvo, por ejemplo, Raíces en el público norteamericano de los años setenta. Una serie española gemela en el estilo a esta que se comenta se emitió hace unos meses sobre los amoríos del cuñadísmo Serrano Súñer, en la que se presentaba a la cúpula de la dictadura franquista de los años cuarenta como si fuera la corte de la emperatriz Sissi. La serie emitida ayer parece tener su modelo en Lo que el viento se llevó. Por razones diversas, los españoles somos incapaces de enfrentarnos a nuestra historia, la cual se utiliza como material narcótico para consumo doméstico o como arma de oportunidad para agredir al adversario. Es la razón del éxito de los hispanistas anglosajones. Para conocernos tenemos que buscar el observatorio a extramuros.

Los guionistas de la serie parecen haber hecho un notable esfuerzo por ser fieles a la anécdota y a los detalles y, en el primer capítulo, el ojo avisado podía detectar algunos rasgos históricos de aquel penoso conflicto. Citaremos tres que se vislumbran a través de la niebla del romance: uno) fue la guerra de un estado descabalado en el que las diversas autoridades, afectas a los distintos grupos de la oligarquía nacional, se disputaban el terreno y la iniciativa con fines de preeminencia personal; dos) no se ve al adversario, ni muchos menos se entienden sus razones, solo se sienten los efectos de su existencia, que en una guerra son lógicamente mortíferos, y, por último, tres) el gobierno de la monarquía tuvo enormes dificultades logísticas y de recursos militares para atender a las necesidades de aquella guerra y, a la postre, tuvo que ser auxiliado por los franceses, con los que compartía afanes imperialistas. Fue una guerra en la que el ejército español utilizó armas químicas contra las poblaciones civiles, empaló las cabezas de los enemigos en las bayonetas y donde se nutrió el liderazgo y la leyenda de Franco y los generales africanistas que iniciaron la guerra civil y lo que vino después.

Una deformación perceptiva forzada por la actualidad llevó a este telespectador a pensar en Cataluña mientras asistía al soso discurrir del primer capítulo de la serie. La guerra catalana, como ya la califica la prensa europea, si bien por ahora oculta en una logomaquia frenética de términos como legalidad, democracia, estado de derecho, sedición, diálogo, constitución, etcétera, que no consiguen ocultar los tres rasgos que despuntan en el serial africanista: uno) si se ha llegado a este punto es por designio de elites políticas interesadas en el conflicto para salvaguardar sus intereses electorales; dos) hay un desprecio absoluto hacia las aspiraciones de esos neorifeños que son los catalanes en la visión de la derecha gobernante, y tres) el gobierno tiene dificultades logísticas para hacer frente al conflicto como lo prueba ese trajín de transportes y demás complicaciones  para acopiar unos pocos miles de policías sobre el terreno cuando la calle está llena de manifestantes que apoyan a don Puigdemont como en la guerra del Rif apoyaban a Abd el Krim. Esperemos que la historia sea misericordiosa con todos y esta guerra no derive en lo que derivó aquella.