Don Pedro Sánchez quiere ser don Felipe González de este primer tercio del siglo veintiuno. Les une el sentido del poder y les separa el tiempo histórico y sobre todo el talante de cada uno.
La guerra que viene
El país más extenso del planeta necesita un poder fuerte y centralizado, incluso tiránico, para conservarse unido. Este régimen es, en el mejor de los casos, muy fastidioso, pero para sobrellevarlo está el alma rusa, ese tópico sin sentido en el que detiene cualquier intento occidental de entender el comportamiento de un país inabarcable, que tiene dos enemigos históricos: uno interno, las nacionalidades que lo habitan, y otro externo, los vecinos occidentales, de donde proceden las malas influencias cuando no directamente las invasiones militares.
Diálogo de besugos
Nada hay más tedioso que cualquier forma de diálogo, ya sea una cumbre de gobernantes o una tertulia de jubilados, pero su prestigio viene de lo que no hacen los dialogantes. Por los menos, no se están matando.
El paseíllo
Dos hombres avanzan por un corredor de alto techo y muros imponentes en el que vagan algunas siluetas, como espectros. No se sabe de dónde vienen ni a dónde van. El escenario mismo es equívoco: parece una arquitectura lineal pero en realidad es un segmento de una curva que busca su origen. Una espiral que empieza y termina en el mismo punto.
El rey y la vidente
Nunca sabes para qué sirve un rey pero, como diría un comercial de coches de segunda mano, tiene muchas prestaciones. Vale para un roto y para un descosido, dicho en romance. Ahora mismo, el vaivén de los días ha puesto a su majestad como valedor de republicanos. Los levantiscos y desafectos catalanes saldrán de la cárcel por la gracia real.