Nunca sabes para qué sirve un rey pero, como diría un comercial de coches de segunda mano, tiene muchas prestaciones. Vale para un roto y para un descosido, dicho en romance. Ahora mismo, el vaivén de los días ha puesto a su majestad  como valedor de republicanos. Los levantiscos y desafectos catalanes saldrán de la cárcel por la gracia real. El indulto lo decide el gobierno pero la firma que lo legitima es del rey. Nadie habría reparado en esta pejiguera que figura en algún ignoto artículo de la constitución si no la hubiese puesto en evidencia la intrépida doña Ayuso. La presidenta madrileña situó el razonamiento en ese nivel del lenguaje para niños malcriados en que consiste su discurso habitual. Vamos a ver, si el felón don Sánchez saca a sus secuaces de la cárcel y el rey firma el decreto de excarcelación, es claramente porque el rey es cómplice.

Lo curioso de esta simpleza es que te hace pensar. De hecho, la ocurrencia ha tenido durante dos días a toda la clase política en un cisco. Los de su bancada se empeñaban en devaluar la afirmación de la presidenta; los adversarios en el gobierno la resaltaban para denigrarla. Los que se han quedado mudos son los republicanos propiamente dichos, estupefactos. Diríase que ellos tampoco habían reparado en ese artículo de la constitución. En el turno de réplica, doña Ayuso se ha reafirmado en sus declaraciones: don Sánchez ha hecho al rey cómplice de traición y  delito de estado.

La aguerrida intervención de doña Ayuso ha revivido el debate sobre la naturaleza de la presidenta madrileña: ¿está chiflada o es una visionaria? Es una pregunta clásica cuando aparecen en escena personajes excéntricos en circunstancias de conflicto y ya se la hicieron, en el siglo quince sin ir más lejos, a propósito de Juana de Arco. La doncella de Orleáns llevó el discurso dominante de su tiempo a las últimas consecuencias lógicas: si ambos bandos en guerra decían luchar en nombre de dios, ¿qué hay de extraño que dios diera personalmente instrucciones a su bando preferido a través de ella, la elegida? En la actual tesitura, el rey tiene que elegir si está con los suyos, los que le quieren de verdad, o con los que manifiestamente buscan aventarle del trono, y como parece que don Felipe no ha dicho ni pío, la niña Isabel lo ha dicho en su nombre como Juana de Arco habló en nombre de dios.

Doña Ayuso ha visto la escena con la clarividencia que solo poseen las sibilas. Don Sánchez va al palacio de La Zarzuela: Majestad, le traigo unos papeles a la firma. ¿Los indultos? Así es, majestad, lamento el mal trago, a mí tampoco me entusiasma.  No me jodas, Pedro, aquí va la sentencia de muerte de la monarquía. No es para tanto, majestad, los catalanes, ya sabe, muchos fuegos artificiales y luego nada, confíe en mí. ¿Y en quién voy a confiar, maldita sea? La visión se desvanece pero ya ha activado el aparato neuro-fonador de la visionaria que está en la tórrida plaza de Colón rodeada de fieles febriles y deja escapar de su boca el vaticinio: ¡el rey será cómplice!, ¡salvemos al rey!

El damnificado más obvio de la profecía de doña Ayuso fue don Andrés Trapiello, escritor egregio, ciudadano de ley, patriota sin tacha, falangista de buena cepa, espejo de probidad moral e ingenio literario, representante carismático de la innumerable sociedad civil, que había pronunciado un robusto, esclarecedor y sentido discurso contra los indultos a los traidores separatistas y he aquí que toda una vida de espera de este momento estelar se ve opacada por la ocurrencia de una advenediza alocada rodeada de micrófonos, que ha acampado en la esquina de la plaza. ¿Quién recuerda ahora el discurso de don Trapiello desde la alta tribuna de las graníticas carabelas del Descubrimiento?, ¿quién recuerda siquiera que el maître à penser estuvo aquel día en la plaza de Colón defendiendo a España? Maldita bruja, esa Ayuso.